viernes, julio 20, 2007

El cuenta-cuentos de a tostada (fragmento incluido en Cuentos de a mordidas)

Escribo, escribió hace mucho tiempo cuando a la sombra a cierta hora del día debajo de un árbol cobijaba sus secretos. Me siento, se sentía extraído de una historia donde los muertos vaticinaban el pavoroso destino de los vivos. "Ser es ser retratado" en un mundo lleno de espectros colectivos, sin tergiversar al sabio continuó deslizando la suave punta de su bolígrafo sobre las holandas sedas de su libro en blanco donde simula adueñarse de su manuscrita vida dispersa. Trazó en el principio sus manos; tropezó pues tropecé sin querer por la izquierda y trató de enmendar el error uniendo paralelos puntos. Quiso iniciar desde la derecha pero ya se había acostumbrado al método de parafrasearse a sí mismo y en mí continuó desangrando sus palabras y pensó, yo pensé, que la tarde se había confundido con la densa suavidad de una brisa de verano cuando su tiempo apenas se gestó en las redes cristalinas en un ocre ocaso de otoño. De pronto creí pues creyó ver que las estrellas que deslizábanse en sus ojos pautaban en su ceguera la boca prieta de la noche con sus albinas y abisales rascachueras patas de grillo.

Escribí, escribió hace algunas horas que su vida ha de extinguirse como nacen las estrellas. Sin temor se argumentó a sí mismo que yo tenía que buscar la forma de prevenir el pasado, y cuál, si apenas está siendo construído. ¿Quién es el que anda ahí? Escuché burlona la voz de un cuenta-cuentos cuya vida sostenía masticando tostadas con chile y aire. Cuando pasaba por algún lugar donde vendían comida, éste tenía el don de absorver las esencias que las esclavas manos del viento servíanle a su nariz, más aguda que la de algún escamoso e insobornable pejespada.

Vagaba por La Ciudad Desnuda como los altos mandatarios de las editoriales circunspectas. Un bolígrafo azul, una flor blanca de papel prendida del pecho, un periódico del cual recortaba de los hitos efeméridos, las palabras con las cuales jugaba a ser poeta anagramista por las tardes y siguiéndole los trastabillados pasos de loco, un perro blasfemo que fue convertido en can por los dioses del abismo celeste a causa de su mismo adjetivo que le otorga el mismo nombre. Tiene el don de prever el futuro pero su desgracia, o su ventaja, es que perdió la mínima capacidad de hablar y vive feliz su amarga vida de perro.

Eso aconteció en La Ciudad Arqueológica, donde el cuenta-cuentos del aire con chile en la tumba sagrada de una pirámide maldita absorvió el olor de los huesos de una princesa calva a la cual sacrificaron hace mucho tiempo en honor a la diosa de la luna. Su abogado en ese entonces mientras el juicio se gestaba profirió una retahíla insulsa ante el juzgado divino que tachaba de ladrón y violador al quintaescente palabrero que les robó a su concubina acostándose con ella en el lecho peludo de su olfato. Ni los dioses podíanse imaginar las barbaridades que ambos seres en tan recóndito lugar llevaron a cabo a diestra y siniestra. El abogado defensor, en ese instante, aludió que la nariz es la extremidad más elocuente de todas, pero también la más débil ya que se halla expuesta a todo tipo de tentaciones psicoaromáticas afluentes y que si hubieran de acusar a su defendido, primero habrían de revisar las leyes de sus creaciones más adversas, y que si el hombre fue dado al mundo libre, no al mundo libre, sino libre al mundo, entonces, su libre nariz en nada tenía la culpa de haber sido seducida por tan valiosa reliquia y que la lilith de su desgracia en esa huesa que ya no quiero recordar fueron los huesos de la susodicha que si les hubiera importado tanto la tendrían descansando donde debería de estar, a la luz del sol y no ahogándose en el lodo oscuro y moholiento de esa antigua estructura piramidal. Y todavía alegó que el narizado les había hecho un favor y no un atraco, contradiciendo a lo que el jurado aludía, violación de espacio y robo de quintaesencias más comunes, que si los minerales se huelen, entonces ese es un peso de la nariz y no del acusado y que no cabía en la lógica de toda la creación, o sea que señores, ustedes se han equivocado. Punto, puedo sentarme, señoría, tome asiento. Que pase el marido, que se encuentra aquí presente y demanda la pérdida. Que demande a la perdida. Qué ha dicho usted, que la demanda está perdida o ¿desde cuándo los dioses tienen esposas? ¿No es ridículo, su señoría? No cuestione nuestro sistema, sus palabras no son dignas de acusar nuestra utopía, mortal infame y lactero. Su tiempo litigante se ha acabado. Tiene algo más que decir el dios denunciante. Nada más, señor juez, en un lenguaje un poco común al que utilizamos hoy en la tierra pero se alcanzó a entender la intención de su soborno. Su eminencia dio dos martillazos y ordenó que se levante la sesión para abrir un receso y poder castigar por fin al acusado y de paso le tenía una sorpresa al leguleyo ese que qué se creía, que levantar el dedo índice en esta sala sólo está reservado a los que nunca mueren, que por eso ellos andan descalzos no como los mortales que llevan la muerte pegada en sus zapatos incluso mucho antes de que hayan pisado la inerte soledad del mundo.

Continuó la sesión y el fallo fue a favor del demandante, por lo cual la condena se emitió de una manera más o menos no precisa, que el violador de esencias fuera castigado de por vida a no poder alimentarse más que de tostadas con chile y aire y que vagaría de ciudad en ciudad contando sus historias mas nadie más lo escucharía y que si se atrevía a narrar acaso un flato cuadrado, recordemos que los dioses no dicen groserías, que sería apedreado por los mismos ciudadanos que no se dignarán en escucharle, ni aunque fuera a acabarse el mundo o se lo topasen sentado oliendo las esencias de una cantina. Con valentía el cuenta-cuentos de las tostadas con chile asumió toda la responsabilidad de la culpa por el daño que su nariz les hubo causado a los inmortales, pero que gracias por no condenarlo a vivir la eternidad en una celda prolongando luengos pergaminos de oraciones que no llegaban a ningún lado, y el blasfemo abogadillo añadió que él estaba de acuerdo pues que si los hombres están ciegos los dioses están más sordos y eso encendió la irá del dios juez y condenó al servil hombre a vivitar para siempre al cuenta-cuentos mediante una vida de perro, y añadió que tendría el poder de vislumbrar la profecía pero que su boca jamás podría alumbrarla ya que si bien su ínfimo cerebro construyérala a su modo, de su hocico, pues ya se había convertido en un horrible perro, no saldrían más que ladridos debido a que la lógica de la creación no permite que los animales hablen, y que un mugroso perro como él mucho menos y que echen a este animal de aquí pues que con sus ladridos podrían despertarse hasta los muertos que en paz descansan en el cielo. Se levanta la sesión, caso cerrado y el par de vagabundos fueron devueltos a la tierra en una ciudad desconocida donde todo empezó todo lo demás que se ha contado hasta el momento en esta historia fantasmal que no tiene sentido pero que así ocurrió y que ahora escribo escribió escribiendo el cuenta-cuentos que también vive de aire y sueños.

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