lunes, julio 30, 2007

Visión de noche

He hides on his forehead
The other looks for him in the sky
He hides inside his forgetfulness
The other looks for him in the grass
VASKO POPA




Guardo el estuche de tus ojos
en el fondo (del asilo)
dos reliquias de agua al raz arrancadas del cielo.

Una aurora focal riela el astigmatismo
y de aumento se anegan de recuerdos los sueños,
corral de estrellas líquidas:
miradas, voces, risas.
Aquelarre:
Fantasmas en la noche
sobre la hierba,
la brisa de sus pasos,
en la nube, la ronda celebrando:

-Amó, ató,
Matarile, -rile, -ron.
-¿Qué quiere usted?
Matarile, -rile, -ron.

-Yo quiero un par de ojos
Matarile, -rile, -ron.
-¿Para qué quiere los ojos?
Matarile, -rile, -ron.

-Para alumbrar el cielo
Matarile, -rile, ron.
-¿Qué oficio le pondremos?
Matarile, -rile, -ron.

-Le pondremos narcisista,
Matarile, -rile, -ron.
-Ese oficio no le gusta,
Matarile, -rile, ron.

-Le pondremos voyeurista,
Matarile, -rile, -ron.
-Tampoco ese le gusta,
-Matarile, -rile, -ron.

-Para buscarme a mí mismo,
Matarile, -rile, -ron.
-Ese oficio sí le gusta,
Matarile, -rile, -ron.

(Y buscando se perdió a sí mismo)


Las blancas sombras se ocultaron
desvaneciéndose al unísono
cuando la luz de la luna
acostóse entre las nubes.

En el cerro brillaban
colmenares fatuos fuegos
asfixiado escozor:
arde verde, ocular
péndulo nocturno.

Guardó el estuche de tus ojos
en el fondo de su asilo:
dos reliquias de aguarrás
arrancadas del cielo
y las hundió para siempre en la lengua de la noche
al sopor del lícor de eucalípto y anís.


Sentado, afuera en la cabaña
solitario encima de la nada
de brazos cruzados
el humo denso envuelve
e ilumina mi rostro
el filo de una herida candelilla.

El fuego de la chimenea espera abrasar mis lentos pasos crudos.
Ardo al erguirme
Cierno las luces (la leña lucha contra su consumación.)
Me poso en el suelo y unto el velo del olvido
en mí:

(En el fondo guardas dos huecas reliquias,
miradas ya hace tiempo consumidas al vacío:
un leve par de lágrimas de plástico)

¡Arde, arde, arde!

lunes, julio 23, 2007

Octava profecía

"Cuenta la leyenda que algún día
morirá la luna y con ella
todos sus muertos."
J.P. EL PARAÍSO DE LAS SOMBRAS



Amplio el sendero oscuro de mis deseos se abre oculto ante los pasos lácteos de tus sueños más inocuos. No sé despertar aún la noche, ¿la has visto? Yo sé que hay en sus ojos una dama oscura que todo lo envuelve y se lo deja empeñado a las piedras que miran con recelo a las estrellas que se burlan de su insípido destino: dormir en la tierra como ángeles caídos que perdieron el rumbo hacia el infierno es una pauta más que yace grabada en su sólida ceguera. ¿Me escuchas? Recuerda. No hay eco despiadado más agudo que el silencio que vibra en sus misterios. ¿No hay una octava profecía? Pandora impide revelarnos todos sus secretos que se escapan como el humo que se desprende de tus vísceras en sacrificio.

Remiendo la hecatombe de los sueños en tus manos y doy matiz y cuerpo al mapa impreso de esa antigua ruta de la seda que conduce a los bravos mercaderes a admirar el perfil de tu estatua salina en medio del camino hacia tu vientre. Terremotos de dudas sacúdenme al pensarlo y los cristales de tu imagen estréllanse en mi pecho. Cortinas abisales obstruyen tu santa desnudez dormida. Tu numen, mi pequeña, incluso al diablo ha sorprendido. ¿Por qué virar hacia las runas de tus ojos si estas son las sombras de mis sueños? ¿Lo sabes tú, voraz sedienta? Han salido de ti todos esos gigantes de hielo y ni el tuerto profeta que ahorcado en tu rostro suplica en mil destellos que desates tu lengua de su cuello rasgado esta vez podrá pararlos.

Llueve. Llueve sobre la seda. Llueve sobre la carta que te envuelve sucinta. Llueve sobre las costras de lodo en el rostro de tu luna herida. Llueve sobre el silencio glaciar que te contiene, una sábana de nieve oculta el piélago magma de tu cuerpo. Una vez llueve sobre tu nombre no pronunciado donde encalla mi sordera de sílex apedreada por los necios testigos que alimentan tu solsticio. De noches vengo a medianoche y no me pongo en todo un día, pero yo sólo sé diferenciar lo que es arriba y lo que hay abajo. Hay una noche en la que no verás mi rostro mas no significa eso que estaré muerto: lejos de ti, ya nada tiene sombra.

Amplio el sendero y no sé aún cómo despertar la noche. ¿La has visto? Todo lo envuelve con su pecho, un corazón ceniza se desgasta en la verde pizarra de tu océano, caen sobre el cielo sucios copos de harina, la luna pierde el rostro, de sal será la noche podridamente oscura. Un azul relámpago podrá salvar tus sueños si miras hacia el horizonte donde cielo y mar son uno. Ígnea tez de sol que en árboles encalla, arroja tus ángeles al fondo o devora este hígado albino, incéndialo en las llamas de tu boca.

No sé cómo despertar la noche, volátil luz, ¿le has visto? Nadie aún su velo ha levantado. Cae tu rostro lleno en mí, cilícia tela arraigada en las heridas, dos brunas gotas que vislumbran el elixir de tus sueños mancillados.

Ni tus cuernos alfanges prometen someter el tiempo, toro blanco de arena cuyo embudo lunar rezuma en mis oídos. ¿Recuerdas? ¿La has visto? Esta noche tocará a tu puerta e inundará de blancas tinieblas el pasillo de tu voz. Hablarás en lenguas nórdicas, soñarás no haber nacido, en la montaña, en el lago, en la mar de eternos hielos un lupanar de jaurías nubes devorará el pálido disco de fuego que tirita congelándose en el vacío blanco del cielo.

Y el ocaso poblará el camino. Fantasmas de arena trasumantes arderán en silencio desgranándose secos en una árida llovizna. Muda corriente de conjuros horizontes, hablarás lenguas sílfidas y barrerás sus legajos. Las piedras están sordas, no escuchan rascarse la risa a las estrellas pero saben que llegará la hora en que la noche no más va a sostenerlas y querrán matarlas. Pero las piedras son tontas y no saben el secreto, quienes se burlan son fantasmas que aparecen en el fondo para evitar la confusión de no poder ver nada. La lira de mi voz ahorcada palpitará en el cadalso de los sueños muertos suspendida en el éter, tañida por los dioses. La caja ya está abierta, mira arriba, el suelo, la nieve interna de tu voz de arena... Sólo una noche de ti estaré ausente, no cuestiones a la dama de ojos velcros.

Sólo un ocaso, ¿me escuchas? y volveré a desnudar el humo de tu sed en el oscuro estanque de tu lecho lleno de algas y tortugas y almas de viejos amores naúfragos en el piélago hálito de tu sorda soledad dormida.

viernes, julio 20, 2007

El cuenta-cuentos de a tostada (fragmento incluido en Cuentos de a mordidas)

Escribo, escribió hace mucho tiempo cuando a la sombra a cierta hora del día debajo de un árbol cobijaba sus secretos. Me siento, se sentía extraído de una historia donde los muertos vaticinaban el pavoroso destino de los vivos. "Ser es ser retratado" en un mundo lleno de espectros colectivos, sin tergiversar al sabio continuó deslizando la suave punta de su bolígrafo sobre las holandas sedas de su libro en blanco donde simula adueñarse de su manuscrita vida dispersa. Trazó en el principio sus manos; tropezó pues tropecé sin querer por la izquierda y trató de enmendar el error uniendo paralelos puntos. Quiso iniciar desde la derecha pero ya se había acostumbrado al método de parafrasearse a sí mismo y en mí continuó desangrando sus palabras y pensó, yo pensé, que la tarde se había confundido con la densa suavidad de una brisa de verano cuando su tiempo apenas se gestó en las redes cristalinas en un ocre ocaso de otoño. De pronto creí pues creyó ver que las estrellas que deslizábanse en sus ojos pautaban en su ceguera la boca prieta de la noche con sus albinas y abisales rascachueras patas de grillo.

Escribí, escribió hace algunas horas que su vida ha de extinguirse como nacen las estrellas. Sin temor se argumentó a sí mismo que yo tenía que buscar la forma de prevenir el pasado, y cuál, si apenas está siendo construído. ¿Quién es el que anda ahí? Escuché burlona la voz de un cuenta-cuentos cuya vida sostenía masticando tostadas con chile y aire. Cuando pasaba por algún lugar donde vendían comida, éste tenía el don de absorver las esencias que las esclavas manos del viento servíanle a su nariz, más aguda que la de algún escamoso e insobornable pejespada.

Vagaba por La Ciudad Desnuda como los altos mandatarios de las editoriales circunspectas. Un bolígrafo azul, una flor blanca de papel prendida del pecho, un periódico del cual recortaba de los hitos efeméridos, las palabras con las cuales jugaba a ser poeta anagramista por las tardes y siguiéndole los trastabillados pasos de loco, un perro blasfemo que fue convertido en can por los dioses del abismo celeste a causa de su mismo adjetivo que le otorga el mismo nombre. Tiene el don de prever el futuro pero su desgracia, o su ventaja, es que perdió la mínima capacidad de hablar y vive feliz su amarga vida de perro.

Eso aconteció en La Ciudad Arqueológica, donde el cuenta-cuentos del aire con chile en la tumba sagrada de una pirámide maldita absorvió el olor de los huesos de una princesa calva a la cual sacrificaron hace mucho tiempo en honor a la diosa de la luna. Su abogado en ese entonces mientras el juicio se gestaba profirió una retahíla insulsa ante el juzgado divino que tachaba de ladrón y violador al quintaescente palabrero que les robó a su concubina acostándose con ella en el lecho peludo de su olfato. Ni los dioses podíanse imaginar las barbaridades que ambos seres en tan recóndito lugar llevaron a cabo a diestra y siniestra. El abogado defensor, en ese instante, aludió que la nariz es la extremidad más elocuente de todas, pero también la más débil ya que se halla expuesta a todo tipo de tentaciones psicoaromáticas afluentes y que si hubieran de acusar a su defendido, primero habrían de revisar las leyes de sus creaciones más adversas, y que si el hombre fue dado al mundo libre, no al mundo libre, sino libre al mundo, entonces, su libre nariz en nada tenía la culpa de haber sido seducida por tan valiosa reliquia y que la lilith de su desgracia en esa huesa que ya no quiero recordar fueron los huesos de la susodicha que si les hubiera importado tanto la tendrían descansando donde debería de estar, a la luz del sol y no ahogándose en el lodo oscuro y moholiento de esa antigua estructura piramidal. Y todavía alegó que el narizado les había hecho un favor y no un atraco, contradiciendo a lo que el jurado aludía, violación de espacio y robo de quintaesencias más comunes, que si los minerales se huelen, entonces ese es un peso de la nariz y no del acusado y que no cabía en la lógica de toda la creación, o sea que señores, ustedes se han equivocado. Punto, puedo sentarme, señoría, tome asiento. Que pase el marido, que se encuentra aquí presente y demanda la pérdida. Que demande a la perdida. Qué ha dicho usted, que la demanda está perdida o ¿desde cuándo los dioses tienen esposas? ¿No es ridículo, su señoría? No cuestione nuestro sistema, sus palabras no son dignas de acusar nuestra utopía, mortal infame y lactero. Su tiempo litigante se ha acabado. Tiene algo más que decir el dios denunciante. Nada más, señor juez, en un lenguaje un poco común al que utilizamos hoy en la tierra pero se alcanzó a entender la intención de su soborno. Su eminencia dio dos martillazos y ordenó que se levante la sesión para abrir un receso y poder castigar por fin al acusado y de paso le tenía una sorpresa al leguleyo ese que qué se creía, que levantar el dedo índice en esta sala sólo está reservado a los que nunca mueren, que por eso ellos andan descalzos no como los mortales que llevan la muerte pegada en sus zapatos incluso mucho antes de que hayan pisado la inerte soledad del mundo.

Continuó la sesión y el fallo fue a favor del demandante, por lo cual la condena se emitió de una manera más o menos no precisa, que el violador de esencias fuera castigado de por vida a no poder alimentarse más que de tostadas con chile y aire y que vagaría de ciudad en ciudad contando sus historias mas nadie más lo escucharía y que si se atrevía a narrar acaso un flato cuadrado, recordemos que los dioses no dicen groserías, que sería apedreado por los mismos ciudadanos que no se dignarán en escucharle, ni aunque fuera a acabarse el mundo o se lo topasen sentado oliendo las esencias de una cantina. Con valentía el cuenta-cuentos de las tostadas con chile asumió toda la responsabilidad de la culpa por el daño que su nariz les hubo causado a los inmortales, pero que gracias por no condenarlo a vivir la eternidad en una celda prolongando luengos pergaminos de oraciones que no llegaban a ningún lado, y el blasfemo abogadillo añadió que él estaba de acuerdo pues que si los hombres están ciegos los dioses están más sordos y eso encendió la irá del dios juez y condenó al servil hombre a vivitar para siempre al cuenta-cuentos mediante una vida de perro, y añadió que tendría el poder de vislumbrar la profecía pero que su boca jamás podría alumbrarla ya que si bien su ínfimo cerebro construyérala a su modo, de su hocico, pues ya se había convertido en un horrible perro, no saldrían más que ladridos debido a que la lógica de la creación no permite que los animales hablen, y que un mugroso perro como él mucho menos y que echen a este animal de aquí pues que con sus ladridos podrían despertarse hasta los muertos que en paz descansan en el cielo. Se levanta la sesión, caso cerrado y el par de vagabundos fueron devueltos a la tierra en una ciudad desconocida donde todo empezó todo lo demás que se ha contado hasta el momento en esta historia fantasmal que no tiene sentido pero que así ocurrió y que ahora escribo escribió escribiendo el cuenta-cuentos que también vive de aire y sueños.

martes, julio 17, 2007

LLaga de Agua

Los fantasmas pueden ser muy feroces e instructivos.
FLANNERY O´CONNOR



Yo soy un fantasma. No es un supuesto, es la infame tesis de mi vida. Un abismo ancestral reafirma el deambular de ruinas sobre la carne y este rostro de roca envuelta en frío celofán inherte de agua y fuego.

Escucho hoy la voz sofocada de la ciudad que se agita. Las nubes oriflamas cubren el cielo aparente... Sin este par de micas en verdad te lo digo, espejo de mi sombra, no existen las estrellas. ¿Y para qué nombrarlas si pretendes no escuchar las coordenadas del silencio?

Voy penando tus andares profiriendo huellas de caucho liso que limitan la memoria de esquina a esquina en derraparte. Mas no pretendo saber en qué rincones más oscuros de ti misma he de encontrar la galería onfálica de tus misterios. Sólo sigo el camino. ¿Por qué he vuelto a este instante?

No soy una mentira. Soy la fiebre ancestral lúdrica en tu boca. Esa larva de tiempo que descansa en tus ojos, soy el aire en tus dedos que a tu vientre delinean. Me enamoro del hueso que sujeta tus muslos, grial de sueños silentes de cuchillas raíces.

Un fantasma es el viento, su presencia marchita, luz sin aire sin sueños, navío blanco sin boca.
Una mancha de cuerda impulsada sin dueña, feroz línea instantánea paralela a tu muerte.

Hubo en ti aquella muerte... Ahora no estás para recordarlo. No eres más, ni lo otro, sino algo más tenaz que la memoria. Escapaste sin razón de ese vacío y ahora eres el hueco de tu nombre en estas hojas, en estas horas muertas que describen tus recuerdos en este solo espacio al que llegaste (pueda ser que) por instinto. ¿Quizás un murmullo en su enferma memoria? ¿No te has puesto a pensar que aquí hay cristales a tu alma? Aquello gris que se empaña ante tu insípido aliento es tu invisible y parco reflejo. Esas manchas de vidrio limitan tu silueta, congelan tus deseos, los que crees encarnados. No podrás regresar al reino de las sombras y condenado andarás tropezando con nada, mustio ante sus ojos.

Dicen que cuando un fantasma congela su mirada fijamente en algo, es que está evocando lo que más amó en la vida. Pobre ingenuo, aquello que abandonaste no te será jamás devuelto. Pero los fantasmas no se dan cuenta de estas cosas y continuarán devolviendo por instinto el rito fiel al pasado.

Los fantasmas no recuerdan a sus dioses y los diablos hacen caso omiso de ellos. Ser un fantasma es ser positivista. Quieren arraigarse en el futuro pero a veces ya no encuentran un pasado favorable a sus murmullos y lo niegan recordando el olvido a veces tan prohibido a los mortales.

Un fantasma es como un sueño quizás, soy la lluvia, el granizo que golpea en tu celda como mil y un yelos ojos que resbalan en la escarcha sutil de tu ventana de arena. Soy el trueno distante, la tormenta pasada que llevóse los miedos, la tristeza en tus lágrimas de esos lagos de cielo.

Me detengo y me voy recorriendo la lluvia, el camino que fluye sin memoria y sin tiempo. Pude verte dormir pero ya lo he olvidado. Regreso al mismo punto donde todo empezó. Sentado en los escalones, el único lugar que puede dar principio a esta historia sin dueño y sin tiempo son estos escalones en los que estoy sentado ahora, donde recuerdo que sentía el impulso por las ganas de fumarme un cigarro que de pronto olvidé y comencé a caminar ¿para conseguir uno al menos? La ciudad es la noche.

...

¿O no serán estos recuerdos memorias empañadas de mi invisible urbano aliento? No ha cesado el mismo ruido, hojas de arbustos lastimadas por alguna gota errante; un viento lejano que se ahoga enredándose en los pinos, cascadas de luz prístina deshacen las marquesinas; ahora que recuerdo, es como si no hubiese despertado nunca de algún sueño eterno. Pasan semanas y semanas diluviándose las horas y yo, aquí afuera no duermo y no encuentro lugar donde refugiar esta soledad que tirita de frío, o que recuerdo tiritar de frío alguno. No veo salir a las personas. Estoy solo en el mundo.Y sin embargo, no voy a despertarte, yaces tan dulce. Ese instante nocturno aunque me muera aquí sombrío no voy a arrebatarte.

¿Y quién dijo que no, que los fantasmas no sabemos de infierno? Olvidar sus recuerdos olvidados... Es una lluvia nórdica, sobre mojado tropical. Escuchar ese ruido de mar sobre el silencio, esa ola lunar que nunca, nunca llega a tierra pero que ya te está revolcando sin dejarte arrodillar en ella... El paraíso está en tus sueños. Procuraré (...) no despertarte (...) para que no salgas a caminar, mujer, bajo la lluvia, recuerdas... (...) Mientras soy este abismo que se llaga de agua, no salgas a caminar, mujer, no salgas.

miércoles, julio 11, 2007

El hado a tu sombra

Pretencioso sonar de soledades vastas. Absuelvo la nostalgia viva que úrdese en mi pecho. La angustia tornasol de los misterios arruinados, sombras constructivas, plexos cubilechos.

Acúsome de retornar al barroquismo de mis ansias, arráiganse en mi lengua quistes lingüísticos más o menos necesarios.

Ahorco la conducta genitiva que revierte la broma intelecta que cruza la bóveda que pueden no-ver estos rictus ojos bramos. Un cometa de jade, algún poeta diría, arde verde en el cielo mordiéndose la cola. Uroboro sin tiempo, solitario circular sin otro horizonte que su propio ritornello.

He vuelto pues devuelto a traicionar la sustancia, lenguaje desmedido, demasiado adjetivo. Pero he de volver con el verbo deslumbrado, Prometeo de los siglos, hincaré tus palabras.
Otro ser ha de escribirse en estas páginas silicias. Otro ser, desesperado, busco adviento el otro nombre. En mí despertarse lo tiene sin cuidado. Colaré su suplicio cuando le ate con el lazo de sal que enarbola la hechicera de mi alcoba.

Busco vertical la poética acostada. En esta ciudad de Abstractos Santos no dudo encontrar la urticaria condena tan erguida en sus ruinas. ¡Ea, Bruja lunar! ¡Cébate en sus ancas! No des paso al silencio, conjura la memoria con instantes incubados, recuerda a tu manera el suceso de las cosas, no des tiempo a pensar lo que una máquina imagina, como las ondas radiales vagan esos eventos, como un rayo fantasma surge algún suceso humano. Huele a templo mi boca, sacrifico mis entrañas como incienso a tu nombre, también te doy mis huesos. Me poso en una muela donde yo filosófico, exhalo no mis culpas, mis lamentos marciales. Y pienso en la ballena devoradora, de jonases, de pinochos y geppetos, marionetas de dios, de los hombres, del destino; a todos por igual una mano los mueve y lleva a cabo sin tregua su voraz fantasía.

Soy puente holocausto en la polar holografía:
Yo no vengo a anunciarles ni ciudades destruidas, yo no vengo a aprender el proyecto del buen hombre, yo no vengo a buscar al hijo pródigo al abismo ni pretendo arrancarle su quijada al asno errante. ¿Qué designio me impulsa? Soy yo mismo el lunar en un instante de lodo... y lo dudo sin embargo:
Pasarán las palabras. Arderán los emblemas. Hay niveles jerárquicos más allá de la noche. Polvo eterno incandescente yace muerto en el cielo, y yo que muero lucerno ni recuerdo haber nacido.

Si pretendo buscarte, hechicera de mi lecho, ¿qué poción me tendrías preparada a mi regreso? ¿Un veneno potente que libere tu nombre? ¿Un blanco leteo que fulmine el amor que desnuda tu sonrisa en este vaso de estela? No pretendo volver a reclamar ese reino, lo perdí hace diez años cuando fuíme a la guerra. Sólo vuelvo al descanso que soporte a mis huesos, indigente, si te gusta, nada más reconocido por los locos y los perros. No matar, es la consigna, pretendientes sin gleba. Ya no están ahí mis hijos, a su madre suplantaron mientras yo me perdía ebrio entre circes morales.

A dónde vas, bello amor, soy guerrero, no poeta. Que si entro a ese mundo me espera otro destino. No me alcanza mi voz para vendérsela al Hades; ni vendiendo por mi puño a los caídos en batalla. Los muertos ya no cuestan, sólo el rito espectral, esa extraña catarsis que los libra de este mundo, dos monedas herradas a fuego en sus ojos.

Pero suerte tendrás si te encuentras un orfeo, ese orate blasfemo que suplica por sus muertas. No hay penélope o maría que resista a su encanto. En sus dedos lira lira la ingeniera caricia que horizonta risueño el arqueo de sus ojos. Si convence a la muerte, ¿por qué a ti no ha de llevarte?

En mi barco suspiro, ante el timón, solitario. Sé que eres la dueña de esta voz que blasfema, pero aún no te la entrego, los dioses hacen daño. He llegado a los confines que conozco en mi universo y una humilde flor azul he ahí de encontrarte, cigüeña, aunque tenga que cortarla entre las lozas del cielo.

Volveré no a tu lecho, al rincón que olvidaste. Observaré maquillarte las sombras que he dejado. Una lamia sonrisa ondinará en tu espejo roto el dolor coagulado de tu amor desvestido.

Volveré, no a tu lecho, sino helado a tu sombra.

martes, julio 10, 2007

El hombre anónimo en el fin del mundo

El hombre anónimo calla. Sigue adentro de la Metrópoli de los Sueños mirando lo que ha quedado de cielo: estrellas de silencio. Todo se lo han llevado, parece. Que ya no habrá más tiempo, fue lo último que escuchó.
El hombre anónimo camina con un extraño libro en su costado: soñando esto, soñando aquéllo, figuras, hologramas, dioses, ídolos que abandonan la seguridad del Absoluto. Escucha un lejano aleteo de palomas... parecen ser balas, cree histriónico. Sombras de tristeza deambulan por ahí, recuerda que hubiéronle dicho. Desatádose ha el Infierno que desfila detrás de la Muerte como cucarachas silentes sin concilio, leyó. Tres helicópteros guerreros pronunciando palabras feroces con un altavoz sobre la selva mostraban las carnes laceradas y desnudas de un cristo muerto clavado en la cruz helicoidal de la máquina volante del centro... No entiende ese sueño, y ya no existen pintores surrealistas que plasmen esa pesadilla, para que quizás, algún josé lo interpretase.
Ahora todo calla. No existe peor ruina que el silencio enmohecido. El hombre anónimo cruza la metrópoli aplastando pavesas y astillas de una multitud de cráneos rotos.

martes, julio 03, 2007

Entrada Gratis

Yo soy un haiku:

Sácame el de sïete.
Voy por el Quinto...



por:

Jandro Pardal
y
Perl Al-Meja

lunes, julio 02, 2007

dios jubilado o la breve reseña del dios de nuestros días (fragmento)

No tener de qué asirse demoniza a los hombres:
El dios de nuestros días es un turista gringo que pregunta por los precios de baratijas replicadas. Anda en short por el mundo y calza unas sandalias; cuélgale de su pescuezo una cámara reflex con la cual fragmenta el tiempo para salvar el esqueleto de su memoria en ruinas. Cubre su dorso una camiseta en cuyo centro amarillo sonríe un emo smile. Le gusta ver el mar, nada libre a sus anchas, luego descansa y bebe una margarita; toma el sol de los hombres, se yergue y desfila sobre la arena blanca. Descubre que la panza le ha aumentado su volumen mas que ya no tiene barba para ocultar su defecto. Por eso vaga infame paseando por el globo disfrutando lo poco que queda de sus cosas. El dios se aburrió de vivir en las montañas y ahora habita hoteles de tres a cinco estrellas. Platica con las putas y suerbe la charla de los viejos pensionados que relatan sus culpas de guerra. Regálale al barman unas cuantas monedas o un billete con su ojo triangular acuñado en el centro recordándole siempre en quien debe confiar. Los jóvenes del pueblo lo admiran como a un ser extraño al cual ya se han acostumbrado a ver rondar entre los caseríos que explora creyéndose las humanas mentiras que los ancianos de aquí cuéntale por antaña venganza. Dios escucha atento mientras los viejitos ríen como máscaras eternas que danzan cachondas frente al rostro divino.

El dios se ha jubilado. Es el dios de nuestros días y por eso vaga infame paseando por el globo. Anda como el viento barriendo los caminos bordados de trébol y juncos en flor en espera de nada por venir, flamable porvenir torturado en sal y lágrimas, espinas de luz que aplasta cuando avanza hollando el suelo.

Vaga infame, aburrido, el dios por nuestro globo. Nada hay que crearse ya, el mundo está perfecto... En el principio era el caos, pero eso era en el principio.