sábado, agosto 30, 2008

Si despiertas... Visión infante (en Los sueños del Profeta Blasfemo)

Si despiertas, recuerda que no hay otro mañana.

Es el mismo de siempre que ya te está esperando.

Te levantas, ves la bruma. Tu Luna ya se marcha...

EL PROFETA BLASFEMO

Acto I

El primer pato

Viste cada episodio de tu vida reacomodándose al azar del tiempo. cada mujer y cada hombre vibraron en tu palabra sobre la alfombra roja ya perpetua de tu lengua. Viviste todas las desgracias, también toda la dicha. Viste a tu madre concebir la muerte y a tus amigos virarte las espaldas. Viste los días conseguir sus noches preñadas de estrellas como el mar lleno de perlas que son arena y conchas.

Eran viejos fantasmas anidados en la noche penando lumbre en las calles de tus sueños. Clichés de cada sombra, chinescas mocedades venían hacia ti para decirte nada como a una voz por teléfono a la que no le ves los ojos. Luego corrías con la mentira clavada inocente en tu oído y susurrábasle otra cosa a ti parlamentario. Crecías cada noche debajo de tu cama luego salías a la ventana para sentarte y ver cómo las figuras rancias se pasean de una acera a otra donde las puertas viven de par en par abiertas: te saludan, gritan y sonríen y se marchan y continúan palabreando sin despedirse como reza la costumbre hasta pronto doblar y dar la vuelta en una esquina donde parten los murmullos como periódicos de fuego hacia algún horizonte donde ya está amaneciendo, donde todo se deslumbra y se deshace desde lo hondo. Te quedas en medio de la calle viéndote a ti jugar con el pasado en ese pantalón corto de tirantes y una camisa blanca rayada de espectros rojos congelados sobre la última cena y varias cajas de regalos sobre la mesa. Te levantas, ves la bruma, tu luna ya se marcha...

Era algún otro tiempo pero todo había cambiado en el pasado. Viste cada color vestido de otra forma, viste cada sonrisa entuerta y sordomuda y opacas ya a las horas ceñidas en el olvido que hollaban tu memoria también hecha de tiempo.

Acto II

El segundo pato

Hecho de tiempo es todo como la miel azul del día que se escurre y el azafrán nocturno y prieto dentro de un frasco oloroso de conserva para saber que todavía existes, para saber qué había antes, para encontrar las huellas húmedas donde surgió tu nombre cojo: debajo de un ladrillo aquella mañana de verano entre las ninfas y las tortugas cuyos caparazones eran piedras en la canícula y despertaban en la lluvia; colgado en una rama columpiándose mientras silba un estribillo a secas que azuza una fogata de gallos pintos para quemar las mieses de la vida talladas en tu rostro; quizás de cerca, muy de cerca de aquel molde donde mamá mayor tejía sobre el baúl de sus secretos aquél moreno dulce que divertía el paladar infante de la tarde y se anidaba en tus entrañas para siempre. Cómo olvidar las horas cocinadas solo a fuego lento en el horno del patio de ladrillo y lodo. Bolitas rosas y palitos de oro, qué binarias golosinas transformáronse ahora en esta sopa de letras de canela, harina y lumbre dulce.

Quizás la noche un día te lo devuelva todo: las mañanas de domingo coloradas y tiznadas de brasil y un cazo de bronce todo prieto sobre el carbón al rojo vivo cuyo olor abrazaba tu hambre con sus rellenos y anudados manjares de masa púrpura y un vaso blanco lleno de pura leche bronca para engordarte la sonrisa llena de recuerdos de tejabán húmedo donde gustábate mirar durante horas tu rostro en esa pila llena de monstruos verdes que emergían en la noche para bailar bajo las hojas de los árboles que resguardan todavía la sombra mágica del patio. Allá en aquél limón aun alumbra un tesoro, enfrente de ahí un perro blanco se aparece y más allá maullan los gatos aparéandose en las bardas mordiéndose los cuellos y las colas como si fuera lo más mágico del mundo. Hecho de tiempo es todo como la miel que sabe a noche. Te levantas, ves la bruma... ¡Tu luna! ¡Tu luna ya se marcha!

Acto III

El tercer pato

Debajo de la noche dentro de ese tejaban de musgo brillaban las canicas como las nanchis en el suelo. Encima de la noche también brillaban esos glóbulos de vidrio, ojos perdidos condensados en el cuerno del tiempo. Cada color crujía de diferente tamaño ya en la batalla, ya alineadas como un ejército imperial aguardando fiel por su rey como una épica máquina de guerra que ganó adeptos y prisioneros en combate victoria tras victoria llenando tus bolsillos, llenando frascos de vidrio, llenando baldes de agua para lavar su sangre de cristal derramada en aruñones sobre el campo de batalla que construiste sobre la tierra con estrategia pensando en las trampas que le tendiste al enemigo sistemáticamente entre todas tus ventajas para ganar la gloria.

Hasta que ese aciago día luminosa tu esférica victoria murió con su príncipe partido a la mitad luego de tantas legendarias lides se escindió su corazón de agua, vientre y coraza que encontró valientemente su desgracia y ruina. Su imperio se desmoronó luego de esa fecha. Se vaciaron los baldes de agua ya de agua, los frascos se rompieron ya vacíos y tus bolsillos de tela descosiéronse y no pudiste guardar nada pero tú crees que algún día cuando abordes tu luna encontrarás la médula de tus fuerzas sembrada en el gran patio cuando quizás la noche un día, quizás, te lo devuelva todo.

Epílogo

El niño y sus patos

Si despiertas, recuerda que no hay otro mañana.

Es el mismo de siempre que ya te está esperando.

Te levantas, ves la bruma: Tu Luna ya se marcha.

Y tú y tu corazón se parten: silbando, silbando.