lunes, noviembre 20, 2006

FIL 2006

Me encontré resbalando una estrella esta noche bienaventurada. Es ella la que hace falta en todas partes... y no dejo de citarla, por eso la invoco para sentir un poco menos esos fragmentados golpes de vacío. Es como si la invocase; es como si retuviera un poco el hilo de su voz. Es como si su mirada tranquila anunciara su llegada en el buen destino. La verdad no estoy más que sujeto a intuiciones, venideras voces, las palabras, roces de luz...

domingo 26 de noviembre de 2006 FIL

Se me acabaron las historias, me mutilaron las palabras esas resacas tijeras matutinas. Trato de caer absuelto en un trago de poesía pero no he llegado a nada, cubierto de limo gris me confundo entre las masas. Se me acabaron los tirajes, los sueños, las mentiras... Se me olvidaron perdidas en mi extraviado Testamento azul, ese ideario de soles anulados y teorías inconclusas. Será que perdí el puño de las soledades, travesías consumadas de verbos alicahídos.

Pero llega una brisa floral desde el oriente, plena de suspiros andaluces y luneros gitanos... y con ella, los recuerdos de la boca que canta el ritmo de la herencia sobre el brioso tablado del universo. Dejaré que me toquen esas flores, yo, otro vagabundo más de entre esos corredores de susurros y avenidas conglomeradas de cultura. A fama y locura huele el dulce rocío de estas tardes...

Una flama oscura que secretamente vive admirada en mis ojos es mi pensamiento.

viernes, noviembre 03, 2006

La Muerte Jubilada

Monólogo de la Muerte Jubilada

Entra la Muerte con una lámpara de velador en la mano y sosteniendo en el otro brazo un espejo que admira como si fuera un retrato. Su vestimenta es negra, en su cabeza trae puesto un gorro de marinero, negro también, y su aspecto es el de una persona cansada de andar velando. Se sienta en el suelo y luego se acuesta. De sus bolsillos extrae una bolsa de la cual saca pequeños barquitos de papel que coloca sobre el lado brillante del espejo. Luego, saca un tablero de ajedrez de bolsillo y coloca las piezas una a una y comienza a jugar del lado de las blancas. De pronto se cansa y comienza a buscar. Se aburre y entra detrás de bastidores, luego sale y aluzando con su lámpara enciende unas velas y así empieza su parlamento, mezclando al hablar, castellano de España y de México:


Muerte.- Ando buscando un alma para hacerle una pregunta… Se parece mucho a la imagen color romo que busco dentro de este retrato que no me quiere decir nada cada vez que le pregunto. Su color: se parece al letargo del cansancio, a ese profundo y gris bostezo contagioso… Ajá. Bostezando. Es así como me los llevaba, o dirían vulgarmente ustedes: “como se los cargaba el payaso.” (…) Pero, mírenme bien, ¿soy un payaso acaso? (…) ¡Háganlo! (...) Antes bien Soy el Ocaso, su único destino más allá; su último raite pues. Miradme bien… Aunque sé que estarán viendo cualquier otra cosa menos a mí, ni escuchándome mucho menos. Quién sabe qué verán, o a quién oirán para evitarme. (…) ¿Quién estará encima de este tablado representando mis acciones asumiendo mi lugar? (…) Mejor ni aluzo para evitarme interrumpirle, no vaya a ser que mate a quién me representa ahora, a quién por bajos recursos se le ocurrió fungir (o fingir más bien) este humilde papel de muerte…

Sí… Para los que podéis ver y escuchar, hermanos míos, yo soy la Muerte, o más bien, era, antes de jubilarme y decidirme por esto no menos grandioso. (…) Mas para quienes mi escueto nombre no les diga nada… Permítanme presentarme como decreta el universo:

¿Quién soy yo, quién era yo? Me acepto la pregunta.

Era yo el buitre, la m de miedo; el palpitante laberinto dentro de ustedes, su razón de ser: esa ignorante búsqueda avasallada por destinos prometeicos. Esa ignorancia a la cual temen por no saber a dónde lleva… Olvídense de aquél que finge ser quien soy, no le teman a éste tan pequeño que apenas aprende a tomarse en serio su trabajo y que tan lleno de ciencia aún duda en tocar la flauta para llevarse al destinado.

Distráiganse, desistan de mirarle, enfóquense en mí… Aunque de todas maneras, ya estoy dentro de ustedes zumbando en sus cerebros.

En el principio, todo fluía como debía de manar. Todo era fascinante cuando poetas, dramaturgos, pintores; los músicos, filósofos y sacerdotes trataban de ocuparse de mí, ellos me daban de comer. Y a veces las venas de mi lengua respondíanles con mi mudo carácter mortecino, haciéndoles creer que yo era un ser extrínseco, invasor, el cobrador de impuestos liberador de vacantes que llegaba a reclamar su lugar desde fuera… Pero por fin voy a revelarles mi secreto… Todo este tiempo Yo-he-estado-dentro-de-ustedes, grabado en esas hélices que ustedes llaman genes, esos genes de muerte que sostienen su vida. Y sus células saben más de mí que toda esa algarabía que vos llamáis “Ciencia.”

La pregunta que más me cansaba era la más banal: ¿Qué habría después de mí?
¿Vos queréis saberlo? (…) Sinceramente, no he logrado trascenderme. Tan difícil responderlo me es a mí como a ustedes dejar de respirar.

Pero les diré algo que profundamente los consuele: Sin mí, no estarían aquí, ni siquiera escuchando este triste discurso de muerte. Seríais tan simples como el vuelo rapaz de una mustia mosca. A lo largo de eones vosotros habéis forjadose un vector temporal, una dirección entre el caos. Pero gracias a mí, tenéis futuro… Vuestro futuro es incierto… bueno, no tan incierto, ya que tienen una muerte segura para qué les miento. (…) ¡Pero saben contemplarlo! Lo llevan más allá de lo que alcanzan a palpar sus dolientes palmas mortales… He ahí lo hermoso de esto.

Tiernos humanos, estoy aunado a su destino, yo también he dejado pasar el tiempo sobre mí. Vosotros me encasillasteis alargando la distancia temporal de mi visita, aplazaron mi llegada. Vaya que se han vuelto muy hábiles jugadores del tablero de ajedrez y más de una vez me habéis sorprendido con los movimientos de su frágil más no menos ingeniosa caballería.

Tiernos humanos, me he aunado a su destino. Vedme aquí ante vosotros que estáis escuchando la loca voz de una Muerte jubilada.

Previendo por fin que yo soy el motivo de vuestra agonía no pocas veces desprovista de felicidad, y consciente de las ventajas que bien pudiera yo traerles, estoy férreamente decidido a ser el poeta y quizás el filósofo. (…) Sí, tiernos humanos, el único poeta aquí soy yo y la única filosofía se encuentra aquí escrita sobre mi nombre lejano y misterioso. Mmmmm… Compréndedme ahora, soy yo el principio del fin, el ahogado llanto original que clama eternidad.

¡Sí! Desisto de ser Muerte, me volveré poeta, el vate, el occiso Heraldo Negro que se bebe un espumoso tarro de cerveza oscura en cualquiera de sus tabernas. Y pronunciaré cantando a sorbos mi nombre, y me sabréis por fin… (¡Salud!) (…) ¿Por fin? En efecto. Podrán conocerme hasta probarme, mas entiendan que yo soy el fruto prohibido y aquél que me pruebe, morirá.

¿Por qué le he dado un giro a mi existencia? Mis razones fueron muy simples. Quiero vivir, quiero nacer, crecer, crear y sentirme, envejecer y quizás así ¿podría morirme al fin y ser el Uno en vosotros?

Mas cómo morir si ni siquiera puedo mirarme (ni siquiera sé que vos me estáis mirando a mí) me asomo a este espejismo y esta materia oscura absorbe lo que podría ser mi imagen. Mirad que no es tan fácil carecer de un rostro.

Y no por eso soy ningún fantasma ni mucho menos un vil pedazo de papel, ningún poeta muerto, aclaro. No por nada ustedes han actuado siempre en función mía. Están tan llenos de mí, de mí nombre, que éste supura titilando en sus miradas. Cierta vez, un poeta moribundo dijo muy acertadamente en sus adentros que “la vida es un engaño de la Muerte” y el muy cínico añadió incluso que yo les regalé el lenguaje para que hablaran de mí. ¡De mí! (…) Pero yo le respondí que la Muerte suele alojarse en una boca muda… Mmmmm… ¿A quién le creer más, a él o a mí? Miren, los engaños déjenselos al Diablo. Al menos yo con mi trabajo honesto y puntual siempre fui. Y bajo las reglas otorgué muchas concesiones a tantos Matusalenes del olvido, a tantos ingratos sempiternos que aún rondan en esta tierra maldita de Caín.

En hora buena estoy aquí entre muertos disfrazados de vivos. Estoy aquí en mi reino abandonado rimando tristes prosas. Estoy aquí exhalando minotáuricas dudas bebiéndome la vida que se bebió la vida. (…) Estoy aquí, buscando una respuesta en vida y es por eso que he llegado hasta ustedes homos cancerígenos…

Ando buscando un alma… se parece mucho a ti… o a ti… o a usted… ¿A vos? No os preocupéis, esta vez llegaré como mi hermano el apacible Sueño, cayendo indefenso como el brillante rocío de octubre, tan callando y sin dolor, sólo una noche, y me iré solo antes del amanecer como el viajero sin patria que vuelve… mas, será en otra ocasión. Sigan disfrutando de esta Pequeña Muerte. Contémplenle jugando mientras vuestra hora llega. Tened paciencia.

He de irme yo a andurriar por ahí, hay muchas velas que encender. Pero antes, me despido como dicta el Universo: ¡Buenas noches Hados y difuntos!

[La Muerte jubilada buscará interactuar con el público que dentro de ese espacio dramático ella/él se supone invisible e inaudible para algunos, aún así los exhorta a que le pongan atención y desistan de mirar a su sucesor que se encuentra solitario y apacible en el suelo jugando con barquitos de papel sobre el espejo y juegos de mesa. Así, el monólogo cerrará cuando la Muerte se asume como la “petit morte” y se adentra en ese personaje mudo e infantil.]


Jandro Partida