martes, octubre 30, 2007

Vía Literaria (Plan Mute-Tren Eléctrico Urbano de Guadalajara) Segunda Convocatoria

Aquí les subo esta convocatoria a la comunidad estudiantil en Letras Hispánicas del Centro Universitario en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara para que se animen a escribir y apoyen este proyecto que es para ustedes, usuarios del Tren Eléctrico y la ciudadanía tapatía.

2a copy

Probando, probando...

Acabo de adquirir un programita muy interesante para postear, incluso, si no quiero o no puedo) estar on-line y me fluyan de momento las ideas.

Antes, las bicicletas y los videojuegos... ahora: notas, cuadernos, agendas, libros, IDEARIOS, una lap y un celular...

 

¿Por qué?

 

Bueno, mi profesión me lo exige. (Ja-ja-ja-ja-ja) [Sí, se la fusilé a Bodoque, el conejo rojo playboy de 31 Minutos. Much@s ya me entenderán. A fin de cuentas soy un playboyeaur.

¡Salud, pues!jani (antes de cortarme otra vez el pelo) ¡Cuidado niñas, que quemooo...!

 
 
 
 
 
 
 
 
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jueves, octubre 25, 2007

Parafraseando a los espejos

Sólo somos la sombra del mundo que nos mira.
Cuando abrimos los ojos hacemos real lo otro
y perdemos nuestra palidez propia.
Ignoramos el noventa por ciento de las veces
que los objetos están hechos de espejos:
al tocarlos nos quitan
lo poco que nos queda de memoria.
ROBERTO VALLARINO



Esta noche brilla la luna con toda su intensidad. También hace frío, no hace falta ver el pulido cielo para sentirlo mordisquear mis huesos. Mientras me fumaba un cigarrillo (se suponía que ya lo había dejado) me acordé de estos versos mientras exhalaba el humo azul que se divertía deshaciéndose bajo la bogante luz astral de ese suspiro blanco: "Sólo somos la sombra del mundo que nos mira." Si resulta ser cierto, se trata entonces de una tesis terrible. Aunque ya había sido planteada por Platón atrás tiempo, no hay que emocionarnos. Sin duda es cierto que cuando abrimos los ojos hacemos real lo otro. Como que perdemos ese don interior del sentimiento y realizamos nuestras dudas en lo que nos gusta, en lo que nos atrae, en ese extraño y misterioso magnetismo por lo desconocido y superfluo.

Como si la Luna de repente se dignase a ver el Sol y perdiese en la oscuridad su brillo que no le es propio, sino de su superficial aridez (y pérdóneseme la monotonía con que la escribo) que absorbe el calor amarillo de nuestra sacrosanta estrella. "Nuestra..." como si fuésemos señores de "nuestra" galaxia y del Universo. Mas eso ya quedó derrumbado hace unos siglos, ahora somos ni señores de la nada, ni del tiempo. Bueno, del tiempo nunca lo hemos sido. Estamos, como el ruido que emite la cadena de una bicicleta en ralenti, trabados en este instante movedizo y eso es todo; por lo tanto el tiempo para mí es ocupar este lugar en el espacio. Y que me regañen los científicos, pero no hay más instante que el que ocupamos un momento, el que respiramos, aire que los otros no inhalan porque ya es nuestro y está siendo procesado en nuestros pulmones llevado en cápsulas de oxígeno vitales entre nuestra sangre en el torrente desde el corazón hasta el cerebro y todo nuestro cuerpo alerta y receptivo gracias a ese soplo.

"Cuando abrimos los ojos hacemos real lo otro y perdemos nuestra palidez propia." Somos simples astros de nuestra percepción y nuestros sentidos. La única realidad es lo que está allí, ya que nuestro mundo está limitado por nuestro lenguaje y la infraleve cantidad de signos que nos mediatizan y conducen día con día en pos de un orden singular a través de la nada. Yo creo que el caos es esa falta de semántica, el desorden inherente desconocido y mostrenco, sin valor, sin razón, sin tiempo, sin pragmática. Nosotros somos las fatuas sombras del mundo de las ideas y no los que las miran, vemos como sombra lo que ya ha sido iluminado, la efigie e imagen nuestra; somos la silueta muda proyectada en el muro de ese antiguo teatro primitivo.

Los recursos que tenía el hombre en ese tiempo era representarse a sí mismo y a su mundo mediante ese universo de sombras con las que capturaba las esencias del cosmos y de sí mismo: sus miedos, sus dominios, sus hazañas, sus sueños. Pero sólo le faltaba capturar un elemento y era imposible obtenerlo o encadenarlo en las sombras, este fugitivo era el tiempo... Y eso que en aquella edad todo era más simple, todo era cíclico, había una lógica, una secuencia permanente, aunque el carácter bestial de la temporalidad era también su manera sorpresiva de arremeter contra los planes maestros del más sabio.

Hoy en día todo es inestable, presumimos la firme transparencia del tiempo pero no nos damos cuenta de la fragilidad que conlleva creer estas patrañas. Es imposible encapsularlo en edificios y altas torres de cristal que ostentan cierto poderío ante el mundo y la humanidad desperdigada a lo largo y ancho del globo como esquirlas de vidrio. Somos un excedente sin duda, y creo que en algún momento la naturaleza nos va a aplicar alguna ley de transparencia económica y bursátil que arruine nuestro desarrollo desmedido. Cuando realmente hayamos abierto los ojos ni nuestra propia palidez podremos reconocer, ni nos va a iluminar. Frente a un espejo cíclico veremos reflejado nuestro fracaso como especie y prevalecerá lo de siempre, un poco de sentido entre las cosas si afirmamos que ignoramos el noventa por ciento de las veces que los objetos están hechos de espejos, de ese brillo falso... Quizá nuestra propia perspectiva, más bien, está hecha de espejos; y sí, pues pensamos siempre sobre y desde especulaciones, este espacio que habitamos es un tiempo reflejo. ¿Por qué no reflexivo?

La misma razón tiene su germen incluso, aunque lo niegue la ingrata, en esas concepciones primigenias, indirectas e inciertas. La verdad no es más que un espejo progresivo, la hacemos real y perdemos nuestra palidez ante su frialdad, ya que absorbe la sombra de nuestras dudas y nos muestra lo otro como un luminoso objeto verdadero digno de confianza sobre la numinosa tenebrosa inmensidad. Pero la verdad es que "la verdad" es como una criatura lunar habitando diferentes partes del globo. Digamos que viene a ser como nosotros, criaturas lunares por antonomasia que miran aún el cielo y los astros mediante el espejo de su razón donde buscamos la transparencia de todas las cosas en esa imagen rota y ciega. ¿Verdadero o falso? ¿Verdad o fantasía?

Hoy en día nuestros ojos miran estrellados; fragmentados en la vana inmensidad no reconocen la abismal distancia hecha añicos entre esas dos preguntas. Estamos hechos de fantasmas conceptuales (ancestrales) de otras épocas (sin duda alguna) y estos aún dirigen nuestros actos como si tratasen de enmendar el tiempo perdido por medio de nosotros cuando ya el mundo ha cambiado, y no porque el mundo lo haya decidido, sino porque nosotros le hemos dado otro sentido a las cosas y al cosmos. "Cuando abrimos los ojos, hacemos real lo otro." Es decir, le damos prioridad a "la otra parte", a un-más-allá-extraño y desconocido en tiempo suspensivo, he ahí pues que nosotros nos convertimos en objetos y actantes de ese escenario ilustrado e ilustrador sobre el muro, las sombras ondulantes chamuscándose lejos del fuego, en esas criaturas especulares númen del sueño fantástico que despréndese de nuestros dedos y manos forjados de agua y polvo.

Nuestros miedos se mueven entre las sombras, también nuestros deseos; las bestias que ocultamos dentro de nosotros viven sin rostro y luego son proyectadas en ese anti-reflejo de alargadas planas figuras. Somos la cueva de los proyectos, encantados por así decirlo, con la misma esencia de esas profundas grutas llenas de tesoros custodiadas por algún mítico dragón o un cuélebre legendario. Las sombras vienen y van, prolíficas, misteriosas y oscuras devóranse a sí mismas proyectadas en la solidez ritual de un muro viejo. He ahí nuestra ignorancia; los objetos, todo está hecho de espejos, de sombras, de signos de cristal. Pero, ¿qué sucede si dichos espejos reflejáranse entre sí? ¿Cuál es el otro diez por ciento de las veces que ignoramos? ¿Qué nos pasa a nosotros al tocarlos con los ojos? ¿Qué ocurre en ese choque especular al contemplarnos a nosotros mismos? Creo que ahí radica lo poco que nos queda de memoria, un gélido espectro que cruza la firmeza especular, proyectado en un numinoso vacío. Cuando abrimos los ojos, de pronto nos transfiguramos en eso, en nuestra propia palidez desnuda.

miércoles, octubre 24, 2007

Miel noche madura (En las crónicas malditas de María la Muerte)

Círculos de liebres le han tomado por descuido. Su sombra ahógase ante el brillo de la luna, redondo cristal lúcido atrapado en las redes de un ojo de agua. Brutales diamantines salpican su delgada piel de costras féridas aletargada por el frío. El camino se torna sinuoso como la carne de un gazapo desfelpado y temeroso. La noche tiene sed y brama niebla de lumbre. Avanza y suda su certeza.

Caer es magullar el suelo en una lágrima oropéndola.

Se dice que fue tocado por el dedo divino. ¿Cuál de todos? ¿El del plenilunio?
Un demonio le ronda por la crisma aunque se niege aún oscurecerse al quitárse la auréola santa. Busca en la tierra, husmea. Todavía no sabe como caminar entre los hombres. Se arrastra sobre la yerba y con su lengua muerde el polvo, lo degusta y en su instinto traza el camino que ha de llevarlo hasta su presa.

La noche ha madurado y huele a pulque de membrillo. Pero él ha olido sangre, no sabe qué es, y un arte desesperado borbotéale furioso en el cuerpo. Ciego y frío arrastra su cuerpo constipado tras la invisible sombra calorífica de colores maduros. La noche sabe a miel para los dos amantes que se unen en un antiguo ritual bajo la luna. La noche sabe a cáncer, a púrulos negros leporinos mientras sigue su camino entre la hierba y el polvo.

De pronto un rayo blanco desciende desde la circunferencia blanca y se posa en una rama. Mecánicamente gira totalmente su cuello y traza el mapa de sus operaciones. Pega un salto y despluma sus alas para caer y rastrear al ciego que anda en busca de las liebres. Sobre la carretera a lo lejos, divisa un ancho corredor de muerte ingenua. Son los caídos en mal presentimiento y tiempo equivocado. Un coyote destripado yace hediondo e inerme sobre la línea del asfalto. Menuda final para un famoso teniente de las Huestes, quizás pensó, tal vez ni le importó. Siguió buscando al profugo que en su progeso nunca reparó en echar un vistazo atrás. La noche huele a miel de muertos, esa, la de los arces llorones en el cerro, cuya miel amarga atrapa a los insectos en una gota edulcórea para siempre.

Caer, pensó diciéndose a sí mismo aún con el último dejo de divinidad que ha estado desprendiendo en su rasposa piel que muda sobre las piedras y la madera muerta, caer es magullar el suelo en una lágrima oropéndola. El rocío comienza a desprenderse de las nieves eternas suspendidas en la noche y huele a viento de lumbre en un hielo oxidado.

El Agente avanzó sobre las ramas, no se iba a indignar manchar sus pies al pisar el suelo de sangre maculado por los siglos de los siglos amén de tantos muertes. En sus ojos ardía una espectral llama supina. Remozó el silencio y divisó a su reptante presa que estaba a punto de sorprender a los incautos en la cópula. Cuando ambos cazadores dispusiéronse sorprender sus objetivos, una monstruosa muralla blanca ascendió desde el suelo como una marabunta de garras y colmillos y destrozaron a los caídos del cielo. Sus sombras ahóganse bajo el brillo espeso de la bruma, lívido manto de humo atrapado en las redes de un ojo de agua en sangre condensado.

domingo, octubre 21, 2007

Desprender (En las crónicas malditas de María la Muerte)

He perdido el valor de la distancia.
ROBERTO VALLARINO


Este continuo desprender-me de todo
(de mi sangre, - mis besos a la vida)
me está comiendo el alma.

Purificar el silencio para poder quizá aclarar el cielo
y despertar en un valle donde el aire cae sin armaduras
en invisibles pétalos de nubes sobre el rostro
es mi última consigna.

Voy a llevarme ese último suspiro,
estertor cuando callas
(espada chupada)
de runas, tu lengua.

He perdido el valor de la distancia
en una tenue y voraz agonía vespertina
cálida en los ojos que reclaman:
tu serpentina ausencia.

El caos es el principio de la vida
el orden es su fin.

¿Qué más tenemos?
En el ombligo una luna.

Declama el tiempo pautado
en un antiguo mar oporto
abierto
de bruces clandestinas
como el desierto de polvo ocluido en tu garganta

Saca el corcho vulgar de tu voz coladera
y habla mar de vainilla
tu sordera ambarina de brumas coloidales.

Barrocas tintas uvas,
estuarios semilleros de certeza y muerte bruna
permanecen oscuras, inmóviles
esperando la melosa luz en un cristal teñida.

Abismal coqueta inerme,
fermento turbio incendiario de mis huesos,
pestilente oquedad de esbozos gestos,
duerme conmigo,
volátil en silencio
y dame viento
mi sangre enarbolada de tiempo,
dame mar,
mar y aliento.

He perdido el valor de la distancia...
¿Será que falta poco
en mi sobria mirada
que declina en tu murmullo asesino?

miércoles, octubre 03, 2007

Alux (En las crónicas malditas de María la Muerte)

No me gusta la violencia
pero quiero ser tu agresor.
Adivina el color de mi alma.
¿Crees en el amor a primera vista?
ARMANDO ALANÍS PULIDO



En una gota los sueños anidan
el crepúsculo. (en tus ojos)
El día, cada vez más arcaico
turbio y minino desángrase arena.

Esa es la hora: (estás loco?)
y mueren niños, enfermos,
y leprosos e indigentes.
Es la hora del coágulo reventado
en la axila
Ese extraño dolor en el que se hunden
las cosas antiguas
bajo el vientre cuchillo de un ángelo fuego.

Espesacordilleraurdidaenhuesos.....:
cae la noche en tu rostro para siempre
Y me siento a esperar llenar la forma (divina)
en la petrona sala de burócratas grises.


Pienso en la etiqueta fría,
en la corbata de marca
que ahorca tu alux izquierdo
con vulgar simetría.

Dime a que sabe el metal en tu piel:
quizás mi licencia venza antes tiempo
y te encuentre retorcida
magullada en un árbol de hígados bestiales.

Mientras espero, ordenaré sacarte
los ojos,
dos crepúsculos ciegos aturdidos,
tus ojos...

Es la hora más arcaica
la que los bravos navegan y enfrentan
cuando se abre una puerta al otro lado
y ya no sueñas jamás.

Porque la muerte es eso, la otra vida
en la que ya no habrás nunca descansar.

He aquí mi discurso mientras pestañeas
debajo de tu piel
que púdrese en instantes minerales
de rocas religiosas.

Voy a ir a buscarte al centro del mundo,
derribar el gran muro de lamentos,
muralla pantanosa en el desierto
de sombras nebulosas.

Dicen que así es el otro reino,
y el otro,
y el otro...
Hiel de rameras dispuestas a amasar
el miedo en la cuna de entuertos hechizos,
untad en mí el bálsamo
de plomo gris resuello
de la muerte mercante (en mi frente marchita).

Y te voy a despertar para que andes
a solas hasta que el destino anude
cartílagos de cuitas en tus ramas
para que llegue yo y las quiebre, ¡puta!

Fracturaré un rosal en primavera
en tu nombre y voy a erguirlo en la tierra
en nombre de tu nombre de tu nombre...
¿Para qué darle "vidas" a las lápidas ("inertes")
si ya el alma perdídose ha en un voraz
negro agujero?

Mejor cortar retoños
y echar raíz en tierra
como enterrar tus dedos
gordos y esperarte a que renazcas.

Mientras espero ordenaré un café.
Voy a velar tus sueños
voy a robar tus ojos en la luna
y bollarle de cráteres bostezos
su espesa claridad
boyante y nautivo he
ralo y sin sombra en las dunas del tiempo.