martes, julio 12, 2005

"El que se va no debe volver. Esa es la condición. Cuando regresa ya no pertenece, requiere de esa tela, de esos pocos puntos en los que apoyarse."
Pedro Ángel Palou

De hilos sutiles trazo mi camino despojándome poco a poco de todo como si viajase en bicicleta, el vehículo más individual después del monociclo, que está hecho sólo para acróbatas y payasos.

¿De dónde me sostengo en esta red de lino y seda? Viene la tormenta y deshace mi futuro obligándome a erigirlo todo a partir de las ruinas que engarzo con un colmillo-aguja, cual solitario cazador de la prehistoria que teje su coraza de piel para defenderse del inclemente frío salvaje y diferenciarse de, o camuflarse con las bestias.

Salgo del hipogeo y admiro la pradera, lo que pudiera ser mío, lo que quisiera conquistar y me detengo y pienso, erguido, congelado de silencio, porque voy a abandonar la cueva que me protege sin llevarme las densas sombras que dependan de mis pasos.

No inventaré cadenas, tan sólo una red que pueda capturar las partículas de agua para no morir de sed. Y me voy para no volver, como el alma del infante que huye cuando se enfrenta a la paz de un lago o a la apacible y fría soledad de un espejo en ascuas.

Voy a deshacer esos puntos en que apoyarme y volver al simple origen, cuando sólo era yo y nada me importaba. No es una especie de egoísmo, simplemente es la vida de alguien destinado a seguir a la soledad que le huye, y la buscaba desde la infancia debajo de las ladrilleras o haciendo hoyos en la arena.

Esa es la única forma de avanzar, el primer arranque, a nadie hay que esperar. Nuestro único punto de apoyo son los pies y para sostenernos nuestros brazos para poder maniobrar.

Esta es la condición, entonces, ¿el origen me es vedado? Voy de frente hacia él. Sin más, sin menos, con nada. Y como aquellos ladrillos, levanto mi destino buscando los secretos que planos se ocultan para yo insuflarlos.

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