jueves, octubre 25, 2007

Parafraseando a los espejos

Sólo somos la sombra del mundo que nos mira.
Cuando abrimos los ojos hacemos real lo otro
y perdemos nuestra palidez propia.
Ignoramos el noventa por ciento de las veces
que los objetos están hechos de espejos:
al tocarlos nos quitan
lo poco que nos queda de memoria.
ROBERTO VALLARINO



Esta noche brilla la luna con toda su intensidad. También hace frío, no hace falta ver el pulido cielo para sentirlo mordisquear mis huesos. Mientras me fumaba un cigarrillo (se suponía que ya lo había dejado) me acordé de estos versos mientras exhalaba el humo azul que se divertía deshaciéndose bajo la bogante luz astral de ese suspiro blanco: "Sólo somos la sombra del mundo que nos mira." Si resulta ser cierto, se trata entonces de una tesis terrible. Aunque ya había sido planteada por Platón atrás tiempo, no hay que emocionarnos. Sin duda es cierto que cuando abrimos los ojos hacemos real lo otro. Como que perdemos ese don interior del sentimiento y realizamos nuestras dudas en lo que nos gusta, en lo que nos atrae, en ese extraño y misterioso magnetismo por lo desconocido y superfluo.

Como si la Luna de repente se dignase a ver el Sol y perdiese en la oscuridad su brillo que no le es propio, sino de su superficial aridez (y pérdóneseme la monotonía con que la escribo) que absorbe el calor amarillo de nuestra sacrosanta estrella. "Nuestra..." como si fuésemos señores de "nuestra" galaxia y del Universo. Mas eso ya quedó derrumbado hace unos siglos, ahora somos ni señores de la nada, ni del tiempo. Bueno, del tiempo nunca lo hemos sido. Estamos, como el ruido que emite la cadena de una bicicleta en ralenti, trabados en este instante movedizo y eso es todo; por lo tanto el tiempo para mí es ocupar este lugar en el espacio. Y que me regañen los científicos, pero no hay más instante que el que ocupamos un momento, el que respiramos, aire que los otros no inhalan porque ya es nuestro y está siendo procesado en nuestros pulmones llevado en cápsulas de oxígeno vitales entre nuestra sangre en el torrente desde el corazón hasta el cerebro y todo nuestro cuerpo alerta y receptivo gracias a ese soplo.

"Cuando abrimos los ojos hacemos real lo otro y perdemos nuestra palidez propia." Somos simples astros de nuestra percepción y nuestros sentidos. La única realidad es lo que está allí, ya que nuestro mundo está limitado por nuestro lenguaje y la infraleve cantidad de signos que nos mediatizan y conducen día con día en pos de un orden singular a través de la nada. Yo creo que el caos es esa falta de semántica, el desorden inherente desconocido y mostrenco, sin valor, sin razón, sin tiempo, sin pragmática. Nosotros somos las fatuas sombras del mundo de las ideas y no los que las miran, vemos como sombra lo que ya ha sido iluminado, la efigie e imagen nuestra; somos la silueta muda proyectada en el muro de ese antiguo teatro primitivo.

Los recursos que tenía el hombre en ese tiempo era representarse a sí mismo y a su mundo mediante ese universo de sombras con las que capturaba las esencias del cosmos y de sí mismo: sus miedos, sus dominios, sus hazañas, sus sueños. Pero sólo le faltaba capturar un elemento y era imposible obtenerlo o encadenarlo en las sombras, este fugitivo era el tiempo... Y eso que en aquella edad todo era más simple, todo era cíclico, había una lógica, una secuencia permanente, aunque el carácter bestial de la temporalidad era también su manera sorpresiva de arremeter contra los planes maestros del más sabio.

Hoy en día todo es inestable, presumimos la firme transparencia del tiempo pero no nos damos cuenta de la fragilidad que conlleva creer estas patrañas. Es imposible encapsularlo en edificios y altas torres de cristal que ostentan cierto poderío ante el mundo y la humanidad desperdigada a lo largo y ancho del globo como esquirlas de vidrio. Somos un excedente sin duda, y creo que en algún momento la naturaleza nos va a aplicar alguna ley de transparencia económica y bursátil que arruine nuestro desarrollo desmedido. Cuando realmente hayamos abierto los ojos ni nuestra propia palidez podremos reconocer, ni nos va a iluminar. Frente a un espejo cíclico veremos reflejado nuestro fracaso como especie y prevalecerá lo de siempre, un poco de sentido entre las cosas si afirmamos que ignoramos el noventa por ciento de las veces que los objetos están hechos de espejos, de ese brillo falso... Quizá nuestra propia perspectiva, más bien, está hecha de espejos; y sí, pues pensamos siempre sobre y desde especulaciones, este espacio que habitamos es un tiempo reflejo. ¿Por qué no reflexivo?

La misma razón tiene su germen incluso, aunque lo niegue la ingrata, en esas concepciones primigenias, indirectas e inciertas. La verdad no es más que un espejo progresivo, la hacemos real y perdemos nuestra palidez ante su frialdad, ya que absorbe la sombra de nuestras dudas y nos muestra lo otro como un luminoso objeto verdadero digno de confianza sobre la numinosa tenebrosa inmensidad. Pero la verdad es que "la verdad" es como una criatura lunar habitando diferentes partes del globo. Digamos que viene a ser como nosotros, criaturas lunares por antonomasia que miran aún el cielo y los astros mediante el espejo de su razón donde buscamos la transparencia de todas las cosas en esa imagen rota y ciega. ¿Verdadero o falso? ¿Verdad o fantasía?

Hoy en día nuestros ojos miran estrellados; fragmentados en la vana inmensidad no reconocen la abismal distancia hecha añicos entre esas dos preguntas. Estamos hechos de fantasmas conceptuales (ancestrales) de otras épocas (sin duda alguna) y estos aún dirigen nuestros actos como si tratasen de enmendar el tiempo perdido por medio de nosotros cuando ya el mundo ha cambiado, y no porque el mundo lo haya decidido, sino porque nosotros le hemos dado otro sentido a las cosas y al cosmos. "Cuando abrimos los ojos, hacemos real lo otro." Es decir, le damos prioridad a "la otra parte", a un-más-allá-extraño y desconocido en tiempo suspensivo, he ahí pues que nosotros nos convertimos en objetos y actantes de ese escenario ilustrado e ilustrador sobre el muro, las sombras ondulantes chamuscándose lejos del fuego, en esas criaturas especulares númen del sueño fantástico que despréndese de nuestros dedos y manos forjados de agua y polvo.

Nuestros miedos se mueven entre las sombras, también nuestros deseos; las bestias que ocultamos dentro de nosotros viven sin rostro y luego son proyectadas en ese anti-reflejo de alargadas planas figuras. Somos la cueva de los proyectos, encantados por así decirlo, con la misma esencia de esas profundas grutas llenas de tesoros custodiadas por algún mítico dragón o un cuélebre legendario. Las sombras vienen y van, prolíficas, misteriosas y oscuras devóranse a sí mismas proyectadas en la solidez ritual de un muro viejo. He ahí nuestra ignorancia; los objetos, todo está hecho de espejos, de sombras, de signos de cristal. Pero, ¿qué sucede si dichos espejos reflejáranse entre sí? ¿Cuál es el otro diez por ciento de las veces que ignoramos? ¿Qué nos pasa a nosotros al tocarlos con los ojos? ¿Qué ocurre en ese choque especular al contemplarnos a nosotros mismos? Creo que ahí radica lo poco que nos queda de memoria, un gélido espectro que cruza la firmeza especular, proyectado en un numinoso vacío. Cuando abrimos los ojos, de pronto nos transfiguramos en eso, en nuestra propia palidez desnuda.

1 comentario:

Ela é dijo...

No deseo perder mi palidez propia...ni transformarme en mi propia palidez desnunda. Entonces???