domingo, mayo 13, 2007

Azul-Rosita

Dame souris trotte,
Rose dans les rayons bleus.
Dame souris trotte:
Debout, parasseux!
VERLAINE

En el azul-rosita de los testamentos matutinos refráctanse ante mí ciertas visiones que constriñen este cerebro remendado de dudas abismeras... Una inmensa galería de grises voces adquieren formas singulares, se asientan y se plasman sobre el nácar vacío de las ondas del silencio.

En el camino, a sotavento, entre las náuseas rosas de una preñada y la tabacósmica ansiedad azul de un vicioso vespertino, voy desilvanando la existencia de ese día, (es muy temprano para empezar a preocuparme por esas cosas) acelero, alcanzo a un auto, lo rebaso y doy una descafeinada vuelta a la izquierda soltando por el escape los eventos del destino.

De pronto, me arropa un bochorno solitario, (el olvido que se compone de viejas repeticiones: una vez entre mil veces) y un racimo de luz acaricia las frentes calvas de los viejos edificios que aún duermen sobre la orilla obscena de la avenida blanquecina.

Crepúsculos pasados: (sombras de luz rosal sonoras e incendiadas, luminarias y enemigas; corales tan profundos donde se ocultan las monstruosas alocuciones del hambre voraz de sus verbales fraticidas) manchan el hueco sílfido inundándolo con claridad de voz dormida...

Oleaje glauco de zargasos negros, cubistas tiznes de azul morita, revuelvan en mí la noción de que mi cuerpo abarca triste tres almohadas (y una gordita): etéreo rap-soda del viejo juego de "dónde quedó la bolita" negra. (Marcha) La bolita roja de pronto es la amarilla, me detengo comprimiendo mis entrañas, un sabor a caramelo corretea (ratón) sobre mi lengua, verde es la bolita, arranco, lo olvido, los colores semióticos "monotonizan" mi vida.

Una onomatopeya intermitente arde líquida de hueco en hueco sobre las sombras grises. Doy la vuelta, me detengo ante a la rampa, el portero me saluda y yo le muestro mi gafete. "Buenas días" (voz a duotto), <> Bajo la rampa, aplasto la estruéndosa alcantarilla roja, busco una galería adecuada para reposar mi auto, miro la hora, faltan cinco minutos, momento ideal para encender un cigarrillo en el sótano donde el oxígeno repugna su humedad pública.

Asciendo desde el Infierno, y en la boca, prendida, una incandescente ausencia. Veinticinco escalones me conectan con la superficie y cada día que firmo el demoniaco precio de mi tiempo, más claro tórnase el azul-rosa del cielo. Siete de la mañana; a veces, "profe, buenos días"... (Ratoncitos grises cruzan, corren, apurándose a llegar...) Y los colores que allanan el subsuelo de mi memoria retoñan desnudos en mi vida.

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