viernes, agosto 19, 2005

He regresado al mismo punto donde una flauta apenas se oye silbar evocando a un mar lejano que respira profunda y suavemente. En las cercanías es pura violencia, mas de lejos es todo sosiego, real dulzura salina su corazón de cristal que arde de dureza.

He regresado al punto muerto donde no hay salida. De hecho en ninguna parte existe una salida. Dónde estará no vale la pena averiguarlo, igual, sería un acceso gris sin ninguna promesa.

Sólo siento el hálito del tiempo húmedo sobre mi nuca... ¿Qué extraña presencia carcome mi vida a mis espaldas? A mis espaldas lo llevo dentro como todos (lo) llevamos metido ese silencioso ente acredor.

Desmoronando mi figura se percata del presente y sueña polvo, arena y viento. Sueña nada, la realidad que es una certeza que se apaga.

El hálito en mi nuca ahora es seco, tórrido, sin vida: es una voz desértica, es una hoz que siégame este instante en el que muero sin poder mirar más nunca para atrás, pues ya no tengo espaldas. Soy mi propio meridiano, mi más cercano horizonte, el más lejano, la cabeza de Orfeo que vagaba bogando y canta el secreto de la eternidad.

Soy aquél que bajó a traerles su recuerdo. El mismo, la única y simple cabeza que escapó a las bacánticas iras.

Sólo soy eso, lo más próximo a una esfera o a un huevo, tan poco orden y mucho caos. Soy pues un laberinto monomaniático, monorítmico, monografítico e iconodrástico.

Mi crisma tan trillada se ha de romper y pasaré a ninguna parte o esperaré a que la sal desgrane estas de hierro, rojas paredes.

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