Creo que están ahí, lo intuyo. Mas para eso tengo que cascar mis laberintos, fracturarlos, destruirlos y extraerles sus secretos más profundos. No hay más placer que encontrar la suavísima semilla medular de la almendra o la manzana escondida en el núcleo de un coco.
Adentro viven seres ocultos, huidizos, timoratos; los busco por doquier mas no sé como llamarles... Corren locos riendo cojos de memoria repitiendo los pasillos. Viven un tiempo veloz. Mis ojos no los siguen, su agudeza hiéreme a mí mismo. Quizás temen mi mirada mineral tan blandos.
Humildes sombras mágicas de garabatos me confunden. Allí, gritan mi nombre, por aquí, acullá, detrás de mí, delante... en el fondo, acá...
Extrajeron de mí los libertos pensamientos entrañables. Perforaron el cráneo y los dejaron escapar.
Se mezclaron con los monstruos, enraizaron las labrices. Así es como se llaman mas olvido pronunciar con claridad. Me derriban. Han crecido. Me amenazan con abrirme y escarmenarme las tripitas. Me sacudo en cautiverio, encadenado en interior de una lata calabozo. No creo salir vivo de esta cloaca. Afuera de mi celda chillan mantecosas no sé que tantas cosas, berrean, bufan, castran el silencio carcomido.
No sé como nombrarles...
Los hilos de la razón son monstruos desilvanando su capullo.
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