Laberinto
He ordenado trazar un laberinto
de muros elevados e inasibles
y he mandado encerrar en sus tinieblas
a un monstruo que hace tiempo alimentaba.
Solamente conozco yo su nombre
y por qué no perdona al indeciso.
Nunca paseo por sus negras calles,
no sé si por temor a conocerlo.
De noche me despiertan los opacos
alaridos de mi víctima y verdugo.
Mi obra, entonces, me inquieta, y no consigo
recordar qué me ha impulsado
a recibir con sangre al visitante.
Me dicen que vendrá un hombre sin patria
y que penetrará en el laberinto
buscando sin terror su oscuro centro:
Cuando la espada hiera al monstruo infame,
Mi corazón conocerá el descanso.
He ordenado trazar un laberinto
de muros elevados e inasibles
y he mandado encerrar en sus tinieblas
a un monstruo que hace tiempo alimentaba.
Solamente conozco yo su nombre
y por qué no perdona al indeciso.
Nunca paseo por sus negras calles,
no sé si por temor a conocerlo.
De noche me despiertan los opacos
alaridos de mi víctima y verdugo.
Mi obra, entonces, me inquieta, y no consigo
recordar qué me ha impulsado
a recibir con sangre al visitante.
Me dicen que vendrá un hombre sin patria
y que penetrará en el laberinto
buscando sin terror su oscuro centro:
Cuando la espada hiera al monstruo infame,
Mi corazón conocerá el descanso.
JULIO MARTÍNEZ MESANZA
Visitante sin patria
Este es el poema que ayer traté de memorizar mas olvidé. Y hoy que buscabamos una casa pude apropiarme de su esencia y estructura. Tuve que tomarlo por asalto sin dejar evidencia de mis huellas, fue una toma furtiva, desde arriba, pero ahora estoy dentro del mapa.
Hasta este momento es el poema sobre laberintos que más se aproxima a lo que busco, mejor dicho, a lo que estoy construyendo y adonde me he perdido.
Sin salida soy yo la única puerta y entrada a mí mismo. Mi víctima y verdugo, el visitante sin patria que ha de herirme sin vacilar en esta urbe sin cielo de desoladas calles que yo he planeado.
Saldré tuerto, o ciego o sin mi alma... esa es la consigna que soberbio he pactado con el monstruo a cambio de matarle en el oscuro dédalo. El trofeo, una siringa de cristal.
Existe la posibilidad de que yo tome su lugar, pero antes he extraído de los rayos del sol, la luz, en un espejo que ha de guiarme a mi destino. Mas advirtiéronme que la hija de los abismos, la más pura, había tomado su lugar y que tendría que cuidarme de su risa noctámbula. Terrible suerte silenciosa la danza de sus fuegos fatuos que escoltan mi marcha sobre la linde de ojos fríos llenos de furia aliterada más allá del Aqueronte y viajaré cual ave lira imitando la poesía que recítanme las raídas tumbas.
Yo no encontraré descanso. Sin alma soy como un cuerpo fragmentado, etérnamente muerto.
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