domingo, enero 13, 2008

La escalera que ascendía a los sueños

Guardar el universo en el último pliegue de tu axila: no hace falta más.                                                                                                                                                                  Sandra Lorenzano

Todo comenzó con una visita al museo y un final incomprendido. Un museo extraño, lleno de lujosa basura si bien alcancé a percibirlo y un final al cual le fue vedado concluirse. Ahí no se exhibían las obras de artistas u hombres encomiables, ni mucho menos objetos prehistóricos o históricos que nos hicieran evocar a las bestias de algún tiempo pasado en el cual el hombre trataba de sacudirse la eterna estupidez de su caída ante la razón. No, se trataba simplemente de formas abstractas y uno que otro mueble o trapo viejo cuya historia inacabada tal vez, uno solamente podría concebir en su mente pero a futuro, y no me refiero nada más a una mente retorcida, por supuesto.
El lugar era oscuro, con un ligero olor a viejo y la humedad de todos los siglos orinándose allí. Lo más curioso fue que en cada pasillo, un grupo de comerciantes, mestizos, criollos e indígenas, exhibían las reliquias como si fuese un tianguis de antigüedades, pero intramuros.
En otro pabellón, las voces de los demás niños rechinaban en los goznes de las puertas cubiertos por la herrumbre que poco a poco todo lo invadía con su ferrucho tizne anaranjado. El eco de nuestros gritos sonaba como si el pasado que era  como un viejo cascarrabias que dormitaba en esa casa quisiera descansar de nuestra presencia para siempre, pero imposible le era echarnos a la calle, poco a poco nos fue gustando nuestra nueva estancia. Las maestras trataban de contenernos mientras nosotros nos divertíamos jugando en las fuentes o en los árboles que prodigiosamente emanaban de los cuadros expuestos en esos amarillentos muros descarnados por el tiempo.
Seguimos avanzando observando algunos escaparates vacíos y una maestra nos explicaba hacia donde llevaba una escalera blanca común y corriente que ascendía hacia el segundo piso que por el momento estaba cerrado a las visitas pues el techo estaba siendo reparado. Pero extrañamente yo veía como algunos adultos podían ascender al mismo piso pero por otra escalera al otro extremo y compraban cuanto podían de la exposición. Mientras escuchábamos atentamente las instrucciones, seguí caminando y cuál vino a ser mi sorpresa cuando descubrí un anaquel lleno de chocolates y otros dulces debajo de esa escalera; pero eso no fue lo mejor, cuando me agaché para ver si podía tomar uno al menos, de pronto una luz sepia me encandila y percibo que si agachado me metía por el estante para salir por esa ventana en el rincón a ese parque lleno de inmensos árboles de hojas roídas por el otoño, descubriría un castillo que tuvo funciones de fábrica hace al menos unos cuantos siglos.
Mientras acá adentro la luz era pesada fría y oscura, allí afuera, en esa apacible y templada eternidad, la luz bañaba a las ruinas externas de esa inmensa construcción en decadencia. Mientras que los colores aquí eran varias tonalidades del color café, el blanco y el negro, ahí afuera los colores eran infinitos. Atraído por esas nuevas formas, opté por cruzarme hacia ese lugar y subir la escalera de piedra que estaba por el otro lado y ver como se veían los alrededores desde los balcones desnudos a la luz de ese sol congelado entre las hojas. Pues acá adentro, la escalera no tenía otra función más que llevarnos al segundo nivel, pero al asomarse uno allí, podría encontrar la salida especular hacia otro universo. Pues sin duda esa subida era lo opuesto a la de aquí aquí adentro, que se trataba de la misma escalera, mas la diferencia eran las dos subidas, ya que si uno le daba la vuelta por la izquierda dentro de esa ventana detrás del estante que intentaba encubrir el error de los albañiles, sin duda tendría acceso a un ascenso sin igual, hacia otra fantasía muy superior a los sueños.
Cuando me disponía a cruzar por esa ventana, y antes de todo, tomar un chocolate de la estantería para continuar por mi cuenta el recorrido, una anciana fea y regañona me reprendió diciéndome que esos dulces no eran para nosotros, que algunos estaban de adorno y que los otros eran de su hija a la que estaba esperando. Que más me valía que no faltara uno por que si no... En fin, tuve miedo y no pensé más en los dulces, pero sí pensaba adentrarme en ese pasaje cuyo paisaje se mantenía intacto, inmóvil, como una fotografía que espera que el tiempo dentro de ella sea evocado y se haga el movimiento.
Se trataba de otra dimensión, una dimensión que estaba latente en el insomnio que padece una imagen reflejada. Volví a observar adentro, todo seguía igual, oscuro, la escalera era simple. Y volví  a asomar la cabeza por la ventana debajo de la escalera sosteniéndome de la rinconera cuidándome de no mover o tirar alguno de los dulces al otro lado y sí, la parte superior inversa de ésta me llevaba ante las ruinas de piedra llenas de musgo para observar un no sé qué horizonte detrás de los arces. Todo lucía prometedor y luminoso, tan sólo habría que esperar a que alguien se distrajera y zas, se haría realidad mi historia.
Pero eso nunca ocurrió, y ahora estoy aquí, encerrado en esta celda desde donde les cuento esta anécdota que me ha condenado a penar encerrado en este cuartucho saturado de recuerdos. Pero sé que los tiempos han cambiado y si quieren saber donde está la escalera que ascendía a los sueños, es aquella que está girando a la izquierda del pabellón de las ánimas, en el pasillo donde se encuentran los dormitorios. Es esa, la que lleva a los que están en el segundo piso de la estancia. debajo de ella no olviden asomarse y si encuentran una repisa de aluminio y bases de cristal ahumado que está adornada con frascos de chocolates, velas, fotografías y otros dulces, no olviden que detrás de ella se encuentra la ventana del rincón que nos muestra esa salida, pero eso no es todo, intenten sacar la cabeza por esa ancha abertura entre las bases del anaquel mirando hacia arriba y descubrirán que la escalera que lleva a los dormitorios, ahora los conducirá a un lugar desconocido, quizás al pasado del futuro de estas ruinas que son, éstas que ves de intensa soledad. Una última recomendación, los adultos sólo podrán asomarse y ver con dificultad, ya que entre las bases apenas pasa el cuerpo de un niño menor de ocho años y no sería bueno cometer la tontería de romper el mueble, ya que provocaría la ira de esa pobre bruja que espera a su hija que se quedó quizás del otro lado de la historia.
O también, simplemente no se trató más que de una imagen reflejada en el marco del espejo de tus ojos o bien pudiera ser otro de esos cuentos que jamás terminaron de contarse en alguna de tus otras vidas dentro de esos cuadros o historias que ahora flotan aquí como fantasmas en el último pliegue de la axila de este recinto clausurado por los sueños no alcanzados (por ti).





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1 comentario:

Marietta Dedalus dijo...

¡¡¡Jandro, tan dantesco siempre!!! Ay... ps siempre me quedo tras tu lectura así con un lapsus como de intriga-nostalgia-dolorcito-añoranza, jajaja inexplicable como ves.

El final mata, así de simple, mata. Sólo que outch la voz narrativa es muy mordaz para un niño y lo cuenta desde un calabozo... ah la ficción, oye eres bueno!!!! jajajajaja creo que lo debo releer, siempre en las segundas lecturas uno penetra de lleno.

Felicidades. :D