lo llevaron al profe de física
el profe dijo: por qué diablos
me lo traen
Vayan mejor a mostrárselo a la profe
de ciencias naturales
-hay muchos aquí que no lo quieren-
sus rodillas le tiemblan, quería fumar
pero está prohibido en clase
además ya no tiene tabaco.
DANILA DAVIDOD
¿Qué de pronto mi vida de un giro bien dado y me ponga a atrapar diablos cojuelos de esos de mentiritas que andan en muletillas tentando al cielo? Bien podría excavarlos del discurso de todos los diablos... "Los alumnos atraparon un diablo, lo llevaron al profe de Metodología; el profe dijo: ¿Qué diablos, pues dejadlo chupar de vuestras conciencias!"
Me imagino que hubiera respondido el profe de química... o el de astronomía...
Optaré mejor por sobornar mi alma, profundo y filosófico pez de mis entrañas... Después de todo, no habitarán los héroes en mí y me vendrá mejor un viaje descalzo por el mundo sin sentir tan inhumano peso y sufrir el hambre de África hasta que los huesos de famelgos se me entuman; o quizás guerrear en nombre de los hijos de Dios o de la Libertad acabando con sus Elegidos con las bombas del cielo... Rascar la caspa de mis bolsillos e invertir un poco aconsejado por un loco europeo corredor de bolsa para que América Latina de la tina salga... O quizás mirar el mundo con ojos de chino mas, para fingirlo necesito hacer un gran esfuerzo... En gélidos estanques nadar y sentirme rico porque conozco bien el olor del dinero, el olor a pescado...
Saldré cantando con la resaca de Dios en una botella de ron y birlaré el camino recto mediante una oda de fuego...
Las babas del sueño emergerán por mis poros como diábolas gotas que brotan del abismo rabiosas y sedientas... libar la muerte arrodillada ante la amada sombra es la ambrosía del poeta... utópica deriva tener que zozobrar de vuelta para encontrar otro nudo enarbolado a la vida.
Cuando nací mi hogar fue echado a mis espaldas, profundo y vaciado, lleno de ecos y suspiros... A veces una caja con ojo de vidrio tutelaba mi existencia hundida en el sopor de una humedad licuada al horno. Mi voz quedó pringada en los muros del pasillo donde reclaman rasgándome los ojos, mi abandono. Me he marchado muchas veces, espectros de mi espíritu se han quedado tras el cancel blanco con temor a salir, a escapar, a romperse en el aire... cuando vuelvo me odian como al dios bueno y lisonjéanme como al malvado. Pero no sé de esas cosas y me interno en la casa, avanzo y en el patio, al filo de los escalones, admiro el pasado cubierto de hojas secas u oculto en las ladrilleras que bordean los árboles, como si estos fueran a derramarse.
Una ciruela solitaria arde prendida en la rama gris del árbol muerto y tiñe la luz del sol su ciega miel... La admiro como si mirase el principio de mi vida dentro de mi madre, ese huesito amarillo que puede asemejarse a las bolas de azafrán dispuestas como ojos sorprendidos en una yema de huevo.
La dejo reposar en mi memoria y una lluvia de hojas tiñe el viento de hierba... La palmera, cada vez más alta, aleja en ayunas el amargo rocío de su dulce rancia agua. Cae de tajada un aguacate y al besar el suelo de arrayanes constelado se abre al mundo.
Una nebuloso llorón de tamarindos suerbe el paladar blasfemo de mis ansias y canto el libre lamento de soledad enfrascada en una botella que viaja sorda de isla a isla, playa en playa, besando la arena.
Saldré cantando la resaca de un dios en una botella de ron... Alzo los brazos y huelo en mis axilas la sal entablada en la lengua de los muelles donde espíanme sobrias las putas mocedades de mi alcurnia pervertida, sal de hipocampo, fiel inquisidor del abismo que interroga a las muertas estrellas pegadas en las rocas donde frígidos azotan los látigos de espuma, oh oceánida esquela.
Saldré cantando dormido la vieja canción de las hojas, esas lágrimas secas del solar de mi boca... y ardera el hueso amarillo, carbonzuelo tejido en la roca de la rodilla genitiva de mi garganta... El polvo tiene su propia canción de terciopelo en un panal de abejas. La golondrina olvidó el canto de lodo debajo del tejabán que arrullaba a la pila de mis batallas submarinas e infante ingeniería. La fosa misteriosa que guardaba juguetes de rosa y mierdolaga, eran las tripas de mi casa dando asilo a gusanos y otras cosas demasiado vivas.
Una parvada de pericos parlantes hacen escala en el aguacate de mi tía, me llaman, me retan me instan a atraparlos pero soy pequeño y prefiero quedarme por siempre con la lengua de otras tierras y la suavidad verde de sus plumas en mi hálito... Me burlo del gato sigiloso que asciende por el árbol con la pícara inocencia felina de sus ojos... Tiempo de volar y para evitar la vergüenza se hace el dormido sobre una cómoda rama.
De bolas se llena el cielo, relámpagos furiosos inundan la calma vespertina, son el temor de la palmera que apunta sinvergüenza hacia el cielo despojado. En esa tierra parece que llora el cielo por la tibieza de sus lágrimas...
Cuando nací mi hogar fue echado a mis espaldas, vaciado, profundo, y es por eso que de ecos, noches tristes suspiro... "Con la certeza de que tú Cesáreo Verde, lo sentías. Yo lo siento humanamente, hasta las lágrimas." Volveré cada vez, mientras mi cuerpo tenga la certeza de poder mantener la energía de sus átomos, choque de partículas, miasma de dudas, alto destino transfigurado en una blanca flotilla veraniega que explora las raudas corrientes de la calle hasta el río, ese arroyo flaco donde hoy solamente cantan las ranas melancólicas una monótona canción que dicta un camino hacia otro vertiente. Me he marchado muchas veces, quizás no volveré algún día, ¿y por qué quizás, si esa es la certeza? Será que es que sí, mis sueños brotarán de los muros y las cosas.
Ante los escalones y el patio, doyme la vuelta y regreso al pasillo, llevo mi mano a mi frente y seco el sudor vespertino, soporífera red húmeda...
Hecho una sopa, recuerdo algo así como la tonada de una canción crepuscular, en mi dispersa memoria... se evaporan mis sueños, todo se vuelve sólido, todo regresa al tiempo e intento recordar pero en jamás, olvido.
Póngome de pie y me calzo los zapatos, tallo mi rostro y pienso en un viaje como fuera de este mundo, donde iniciaba una peregrinación sin retorno acompañado de una tonada, y una canción que ya he olvidado...
Me dirijo a la cocina, abro el refrigerador y saco una botella de coca-cola de su vientre frío, la destapo y luego de un largo, largo trago, cruzo el pasillo de las voces y las sombras cubiertas por capas tras capas de pintura y salgo a la calle, para ese momento olvidé que olvidaba una canción y una tonada, mas no la resaca de Dios y su lamento en un frasco cerrado...
Luego de una cruel tortura, ya veremos si no lo convierto en un diablillo cojuelo...
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