Dios no va a venir... La Tierra ya no es un lugar sagrado. Dejó de serlo allá en el Templo de los Sacrificios donde yacen holladas cabezas de serpientes y los bífidos lamentos. Los ríos de sangre siguen su propio curso avinagrado. Hay un designio estructurado: La espera en blanco sobre estas tablas rasas que regulan nuestros actos, jirones de estelas de tiempo desvestido.
Despertar en las redes de arcángeles virtuales que raptan la figura subterránea de los arrecifes destrozados de nuestra conciencia -allí donde encallan todos los recuerdos- y las minutas ponzoñosas arden en guardia dando círculos derroches como en una pagana danza de piojos...
Dios no volverá:
-¿alguna vez estuvo aquí?
-anduvo
-¿paseándose?
-quizás sea cierto (...)
Sobre el desierto habitan demonios eremitas que erigieron muros tibios de oraciones derribadas por golpes de silencio y notas caústicas de sal de cieno. Oblicuas llamaradas drogan las premisas del misterio, esas son las armas que debátense el control del Universo:
dios adviento, dominio devenido sobre favelas de esperanza consume estos despojos con tu atmósfera asfixiante o cae hecho plástico en la forma vacua de un jarrón cerámico, dios de ortogónico uniforme, esquela-epifanía de cristal (secretos del espejo falso) ¿D de Dios o D: Demonio?
Dios moneda, segador que ha olvidado en sus voces amanuenses nuestros sueños y que ahora se dedica a elaborar copias de mundo, (la pesadilla de Eco) clonifica la existencia con prosas pusilánimes que serán borradas por el químico ardor de una lengua de fuego mientras él se arroja al aire.
Dios jerárquico, impón tu vulgar taxonomía de orlada firma, ese código de espinas y barras de acero sobre estos visionarios parlamentos mudos... Sí, hay un designio estructurado a la orilla de mis venas:
¡Tan sólo soy un mendigo de mi cuerpo!
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