Voici ses petites pattes
le chant s´est envolé...
JOSÉ JUAN TABLADA
Desde el principio de los tiempos (así, redundantes) cuestionamos el tiempo: esa nota que se desvanece guardándose invisible en la solvente memoria del mundo, en los recuerdos petrificados.
Recordar... recordar es hacer una lectura del pasado. Leer es recordar; concatenar signos que indican el paso de alguien o algo. Es modelar una forma que se imprime en las pautas del aire, ahí donde se preña la imaginación que añora y se nutre de horizonte.
El canto alado de una monstruosa criatura antediluviana se adelgaza y se afina en el aúreo pecho de un canario solitario que vuelve para mirarme y hacerse visto, para acercárseme y huir de mí como el sabor de la pulpa de arrayán.
Esa es la nostalgia, quizás, un ave que se acuerda de memoria, que repite su alma en su trinar mirífico y se pierde en el aire cuando vuelo emprende al acercarse mi curiosa infancia con las manos extendidas tratando de atraparla.
Por eso mejor finjo que no le miro. Y esa ave me sigue el juego: salta de un lado a otro, de rama en rama, curioseando en el papayo bebiendo gotas de nublado cielo.
Y yo aquí, simple reclamo sin ser visto, me torno de cristal, una sombra que relampaguea en el precipicio de las horas del reflejo.
Y así quedan las huellas, el canto emprendió vuelo. Qué ironía que el canto se grabe en el polvo, en la arena, como si quisiera solidificarse en el vacío, hacer concreto el hecho y fosilizarlo en la incostante permanencia que no se resiste a una memoria inteligente y clandestina, de ser escudriñada como si fuese a leernos agorero el destino que se lame del aire, en el agua, por las sombras, esas notas que se apagan trinando espectrales luciérnagas.
Del canario brilla en su canto el arrayán veraniego del patio de la abuela; el olor de sus hojas y la dulce acidez de su corazón reventado en mil esferas sobre el piso.
Como el sabor del arrayán, en sal con agua adelgázase el recuerdo y amanece límpida su impresión soleada. Es preciso filtrar nuestra memoria antes de pensarla, antes de paladearla de regusto hasta mordernos parpadeando con los labios.
Y así trinaron las huellas, el paso del tiempo que se permite ser el tiempo, cascada de luz que se contiene en las alas del ser que intenta recordarse, pero que escapa.
Porque la memoria, como las aves huye de los hombres. Aprendió el miedo en su destino enjaulado colgada en un muro; y a ella le gusta suspenderse en el viento y ser admirada en secreto, aunque lo sepa ella, sonriente vanidosa, inocente flauta escurridiza, mechón de luz meciéndose qué sólo tú encuentras el hilo negro donde habrás de sujetarte...
Desde el principio cuestionamos el negro, negro telar de las sombras, hilos que caen sujetos a la muda del tiempo calvo. Llegamos de tan lejos para morirnos tan cerca... He allí nuestras huellas enterradas llenando un vacío, esa huella hueca que apunta a todos [los] lados.
1 comentario:
Así somos los seres humanos, siempre hemos cuestionado todo, pero así mismo nos respondemos y crecemos... nos llena.
besos
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